Con todas estas lluvias pasadas mi casa se ha llenado de bichos, de esos pequeños gusanos negros con mil patitas que proliferan con la humedad lagunera. Cuando bajo al semisótano, donde tengo mi sitio de trabajo, veo uno en la pared enroscado de tal forma que dibuja una interrogante perfecta. Eso me recuerda la duda existencial que tengo ahora, pues hoy tenemos dos convocatorias simultáneas en torno a un mismo país: Israel. Una, la del coloquio de los hermanos Dalton en la librería-cafetería Al Faro de la capital de Aguere y otra la del TEA al frente de Ntra. Sra. de África, con la película
My father, my lord, del director israelí David Volach (2007). Dos versiones de una misma tierra, de una misma situación; una más bien teatrera y apasionada y otra cinematográfica, pero con la fuerza de lo autobiográfico. Dos escenarios, pues, uno más interactivo (eso espero) y otro más pasivo, pero ambos igualmente expectativos. Dos lecturas para la geopolítica y la especulación desde la distancia. Creo que me llama más la versión cinematográfica, pero tengo otra llamada de Jesús al móvil y me pregunta si voy a ir a ver a los hermanos. Uf, tendré que subir al frío lagunero, ya tuve una falta de asistencia con ellos esta semana en Tijuana y si reincido con ésta son capaces de ponerme en la lista roja (ja ja). --Nada, no hay problema, allí nos vemos Jesús, la película la repiten durante el fin de semana y lo de los hermanos Dalton siempre es irrepetible (¿afortunadamente?). Es lo que tiene el teatro, a pesar de un mismo guión trabajado, cada función tiene sus sorpresas.
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