De Generación G21: nuevos novelistas canarios decir que en general se nota el buen oficio narrativo de todos los autores seleccionados, contando historias fluidas que se dejan leer con bastante gusto. Ahora bien, en nuestra subjetividad como lector, siempre tendremos preferencias por determinadas temáticas o por la manera de crear atmósferas y personajes, así como encontrar detalles por los que no nos acaben de parecer cuentos redondos. Y, así, sin ningún afán de purismo ni animadversión concreto, a ello voy.
De “Vino el azúcar” por Víctor Álamo de la Rosa, me gustó el particular tratamiento que hace de su narración, casi parece emanada de la propia oralidad de una isla pequeñita, pero sin caer en arcaísmos ni retruécanos populacheros, algo que nunca me gustó. Echo de menos, quizás, un poco más del magma que un Ignacio Gaspar sabe imprimir a sus textos, por citar a un escritor que trabaja esa misma raíz y ambientación literaria. En cambio, sabemos de Álamo sus grandes dotes para narraciones de más largo recorrido, algo de lo que en Gaspar aún está por demostrar, pero para la corta distancia...
La lectura de “Huellas en el barro” de Álvaro Marcos Arvelo, me produjo aún más medio fuelle. Una historia que, como el ‘Humo’, viene y se va con el viento de su reflexión existencial. Demasiada recreación en brisas y yerbajos, creo, sin llegar realmente a la ambientación descarnada que la historia requería. Una buena historia que por momentos se quiso fetasiana, pero que invitaba a más cosas de las que ofreció, como si le faltara cierto empuje y orfandad.
“Isabel y los visionautas” de Víctor Conde. Buena ambientación, con dominio de ciertas claves narrativas de ese género de ciencia ficción, pero con un final que se regodea en la propia fantasía, sin acabar de contarnos algo de nosotros mismos. ¿El deseo de volar? Esperaba mucho más de la mujer sombra y el abismo que emanaba. ¿Quién pensó en volar después de que apareciera ella?
“Vida, pasión y muerte de Felipe Marqués” de José Luis Correa, historia delirante en el humor, que a mi modo de ver la emparenta al relato de Cristo Hernández Morales, “Las seis caras del azar”. Bien llevadas ambas en sus distintos andares narrativos, pero con finales de regusto muy distinto. En el segundo, aún siendo una historia muy original y atrevida, Cristo no supo esconder lo suficiente el final. Quizás, cualquier otra explicación al comportamiento de ella podría haber albergado al mejor cuento de la antología. ‘La vida… de Felipe Marqués’, sin embargo, tiene esa magia de meterte al personaje en la piel y terminar satisfecho, a pesar de un final muy literario, demasiado literario tal vez. Ya ven, así de inconformista me siento hoy.
En “Otra vida” Alexis Ravelo también me defrauda un poco al final, después de un más que prometedor e inquietante comienzo; el de la realidad o locura de los recuerdos del protagonista. ¡Qué difícil es esto de los finales! Siempre enalteciendo o arruinando buenas historias, en ese arte casi siempre duro e ingrato que es escribir. Historias para solo quedar al borde de la memorabilia de este género en las islas. Historias que dan ganas de darle un toque distinto a ver qué pasa, a ver si la magia pitagórica del tetraktys se completa.
INVASORES
Hace 2 horas
3 comentarios:
Algo tengo que ocmentar pero ahora no me acuerdo. Lo que si me acuerdo es que esta es la hora no de abrir sino de tapar agujeros. Así que ya te avisaré. Y lugo pintar, y no olvidar el estudio, como ese magnífico conocimiento hoy en el Tea del árbol el drago y sus milagros.
Ño Jesú, que cuando hablas de tapar burejo me se calienta el moyete.
Joder, Antonillo, como que estás un poco osesionao: sipote, moyete, ...
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