jueves, 28 de julio de 2011
El pueblo ante las geometrías del vórtice vizcaíno
Desde el primer día mi hija Nora se muestra encantada con Bilbao. Recién llegados desde el aeropuerto nos topamos con el Guggenheim una vez salidos del túnel. Grata bienvenida, quizás excesiva. Pasando el museo aparece el perro de flores, y Nora comenta al verlo --¡Qué boniiito! ¡Decidido, me vendré a vivir a esta ciudad! --Otro día, al cruzarnos con un señor mayor con chapela, me dice –¡Qué bonitas son esas gorras! Sí, me gustan mucho. --Hoy, sin embargo (ya llevamos varios días), no se mostraba tan conforme con este tiempo siempre lluvioso.
Cuando visitamos el Guggenheim paseo hasta el final de las esculturas de Richard Serra. Son realmente desconcertantes los juegos de equilibrios y geometrías a los que te someten esas grandes láminas de hierro curvado; el juego de cortes de unos bordes con otros y contra las propias líneas del museo donde se encuentran, contra sus paredes y techumbres; el juego de ecos por los estrechos pasadizos que hay entre ellas; el misterio de no ver más allá de un par de metros por sus curvaturas y sinuosidades... En fin, una vez llegados al fondo de la estancia, como decía, me encuentro una pequeña sala con audiovisual de entrevista a Richard Serra. En ella comenta que lo que hacen los arquitectos no es arte, que el arte no busca la funcionalidad y los arquitectos siempre están condicionados por ella. Lo que ocurre, continúa, es que hoy en día los tenemos demasiado entronizados, y ellos se lo han creído. Curioso, que diga eso precisamente en este museo emblemático de Frank Gehry, más considerado una escultura (o sea, arte) que un edificio museístico. Además, añade, mi amigo Frank estaría de acuerdo con lo que digo.
No sé, recuerdo que Jesús me leía a Unamuno antes de venirme para aquí, y me señalaba unos párrafos sobre un diálogo que mantenía con otro acerca de lo que era arte y quizás podría estar de acuerdo con Serra. Sin embargo, esas líneas, ese brillo metálico que supo encontrar Gehry… parece que quieren volar más allá.
Volar sí que volaban los cuervos de hoy. Día de cuervos en nuestro periplo por la costa norte. Nunca vuelan alto los cuervos, así se hacen notar adonde quiera que van. Nos desviamos hacia Getxo y pasamos de largo hacia Plentzia, luego vendrán Bermeo, Mundaka y Gernika. De camino, bajamos hasta la peña de San Juan de Gaztelugatxe. Encantador paraje de la costa rocosa, buen motivo para estirar las piernas por su estrecha vereda. Dicen que tocar tres campanadas aquí y encomendarte al santo te ahuyentará toda enfermedad. Así lo hacemos, que nunca se sabe. En el interior de la ermita se palpa su consagración a las gentes del mar, altar, cuadros y techumbre plagado de barcos y escenas marineras. En Bermeo almorzamos y yo me pido un buen trozo de bonito del norte, a ver si me recupero del trayecto sanjuanero. Quizá esto también ayude a alejar enfermedades.
En Gernika me recorro el Parque de los Pueblos de Europa, con esculturas de Eduardo Chillida y Henry Moore, entre otras. Nos acercamos a la Casa de Juntas, donde se encontraba el legendario árbol. Como al Garoé, también le llegó su hora, conservándose solo un trozo de su tronco bajo un templete circular. Lo toco y no siento ninguna extraña sensación o vibración ancestral, solo el esqueleto carcomido de lo que alguna vez fue o ni siquiera eso. Cuando salíamos de aquel Parque me llega una visión, como de aquelarre. Me acerco, es una bella dama que desnuda eleva sus brazos al cielo mientras unas llamas le suben por las piernas. Es una escultura que pone ‘Monument Aux Martyrs D’Oradour’, donado por la Sra. Nicole Fenosa.
Seguimos hacia Kortezubi, al encuentro del Bosque Pintado de Ibarrola y la cueva de Santimamiñe, pero llegamos demasiado tarde. Hasta la cueva son como cuatrocientos escalones y hasta los árboles de Oma, unos cuatro kilómetros y medio. Lo intentamos con Ibarrola, pero a la media hora de camino nos dicen que todavía nos queda otro tanto para ver los primeros troncos pintados. Uf, se nos haría de noche a la vuelta, tenemos que dejarlo. La refutación a las disquisiciones de JMª en su libro quedarán para otra ocasión. Allí hablaba él de geometrías, perspectivas y puntos de fuga en relación con la ausencia de modernidad artística. Nada, el otro día me pasó algo parecido con el Peine del Viento en Donosti. Tampoco llegamos allí por el temporal de lluvia y viento que hacía, aunque, por otro lado, habría sido el mejor momento para oír silbar a esas barras de fierro, retorcidas y hercúleas.
Si Oteiza buscaba el vacío geométrico como característico del ser vasco, y Chillida lo encontró, incluso, más allá de estas montañas, yo casi que también me voy de vacío si no fuera por el Nervión y sus alrededores, incluida la Ría con su puente y barquilla colgante en Portugalete. En su base, una pequeña tienda de souvenirs, y en un estante un ron cubano. Joder, Ron Caney-Añejo Centuria. Y alzo un chupito leyendo otro fragmento de Juan Antonio de Zunzunegui:
“Bilbao es hijo del agua y del hierro… y el puente su dintel. Aún no estaban las aguas del puerto sujetas a domesticidad… cuando ya se alzaban las cuatro torres arriostradas del puente y entre ellas se extendía su esbelta pasarela”.
Periplo norteño por algunos de los principales tótems vascongados; tótems de arte, industria y naturaleza, geometrías de una tierra en la encrucijada. ¿Acaso hay algo más moderno? Quizás, JMª debiera sumarse al homenaje del ‘Arte de la fuga’ de J.S. Bach, al igual que su compañero generacional Patxi, en la Catedral. Aunque eso contrariara en demasía a su querido hermano, todo un consumado devoto de Wagner, como ya sabemos.
Mención aparte merece la nube de conexiones, puentes, desvíos, escalectrix, pulpos con carriles-tentáculos que cruzan, bajan, suben… en todo lo que rodea a la conurbación Galdako-Basauri, Bilbao-Barakaldo-Santurtzi y, al otro lado de la Ría, Leioa-Getxo, junto con todo lo que rodea al aeropuerto de Sondika, Derio-Zamudio-Lezama. Es como en una Nueva York reconcentrada. Uf, sólo contarles que a los diez minutos escasos de haber alquilado el coche, y ya contentos por habernos situado en la city (a partir de ruta conocida de la guagua L77 y de Plaza Moyúa, que es como La Cibeles de Madrid, o Plaza Cataluña en Barcelona, rotonda universal del dibujo urbanístico del ensanche bilbaíno a donde todas las grandes avenidas confluyen como rayos de una trama soliforme y culto a la luz que nos ilumina nuestro devenir), se nos ocurre seguir por la avenida de la Diputación Foral, muy engalanada ella en aquel día, cuando de pronto nos para un coche de la policía. Nos dice que si no sabemos que esta calle es de acceso restringido solo a vehículos oficiales y de servicios públicos (como nuestra guagua, claro). Oh, en mala hora, y nosotros tan contentos dirigiéndonos al Arenal tan querido por conocido y cercano a Miraflores. –Perdone agente, es que somos unos magos del sur isleño, con solo diez minutos de conducción autónoma, y que de vez en cuando picoteamos las grandes cities de este mundo mundial. Mil perdones por este delito de la ignorancia y del incivismo más profundo… Y el agente, en su inspiración más solar y luminosa (como corresponde a la geometría de esta ciudad), nos perdonó. ¡Hala, agur!, que ya no volveremos más por aquí con este flamante deambular.
Me dice JMª que en Miraflores estoy muy periférico y hasta marginal, que este barrio era de gitanos y no sé cuánto más. Pues sí, completamente de acuerdo; periférico y del margen del margen, africano, vamos. Y gracias a eso entramos y salimos hacia la autopista A8 sin dificultad. Nada de calles con acceso restringido, direcciones contrarias y desaparcamientos varios. Para esa parte, siempre peatonal a Dios gracias.
lunes, 25 de julio de 2011
Desde la variante ovoide del Arenal
Instalados en Miraflores, a la vera del Nervión y cerca del puente Miraflores-Larreagaburu, con su inmenso y característico arco de hormigón bajo el que vivían unos marroquíes hace un tiempo (recuerdo reportaje). En la capital isleña este nombre de Miraflores nos trae tiempos del viejo Santa Cruz, pero aquí es una moderna zona de edificios cúbicos, subiendo la ladera a continuación de Atxuri. Bajamos y subimos Atxuri a diario, y de camino siempre veo un cartel con flecha que indica Hotel Sirimiri. No sé si significa lo mismo en euskera, pero en mi tierra le llamamos chirimiri a la lluvia fina, la misma que nos cae a ratos por aquí. Una fina cortina de agua que no llega a molestar, a poco que te cubras con algo impermeable. En Aguere sabemos algo de eso. La temperatura, sin embargo, es ideal (de unos veintipocos). Nos hace mucha gracia los necesarios paraguas (por lo que se ve) para tender la ropa. Los vemos colgados de cuando en cuando en las traseras y fachadas laterales de los edificios, permanentemente abiertos y sin mástil ni empuñadura por donde cogerlos, con las ropas tendidas desde sus varillas.
Nos adentramos por la zona vieja, donde nos topamos con la plaza de D. Miguel de Unamuno, con cabeza esculpida al final de columnata que mezcla estilos clásicos, corintio y jónico a la vez. Allí está él rodeado de góticos que pareciera tengan en ese sitio su congregación semanal. Y seguro que contento, pues así se mostraba él también de diferente, intelectual y trágico. Continuamos callejeando, dejándonos llevar por su ambiente concurrido y lozano, con sus innumerables tascas y bares de picoteo, atiborradas de vascongados dichicharacheros. Igual ocurría bajo los soportales de la Plaza Nueva, a la que llegamos por pasadizos inesperados. En la catedral de Santiago me llamó la atención los retablos barrocos, de madera policromada y grandes columnas salomónicas profusamente decoradas. En uno de ellos, el de San Diego, encuentro una alusión a Santa Teresa de Jesús y me acuerdo de las conversaciones de Jesús en radio Tijuana-La Puerta. Jesús hablaba una vez de la vida de los santos, de sus estados de éxtasis, de las drogas y sus efectos, etc. Según texto explicativo del retablo, en el ático hay óleo dedicado a Santa Teresa que recoge su estado de ‘transreverberación’. Joder con la palabrita. El cuadro está muy oscuro y apenas se adivina las figuras que lo componen. Santa Teresa parece postrada, con expresión algo traspuesta y rodeada de acólitos que imaginan la intensa experiencia de abandono terrenal. De pronto, el órgano de la catedral (que no el de la santa) nos invade con sus bellas entonaciones. Se trata de un concierto en honor a Bach. La mayoría de los parroquianos y curiosos portan libretos del evento, y los consultan con devoción. “Fuga (Allabreve) en si bemol mayor sobre el nombre de B-A-C-H” de Johann Ludwig Krebs, “Fantasía y Fuga en sol menor” de Felix Mendelssohn Bartholdy… Y así hasta la nota local: “Contrapunctus XIX” de Patxi García Garmilla (Bilbao, 1956), que al parecer va de variantes cromáticas y diferentes temas de “El arte de la Fuga” BWV 1080 de J. S. Bach. En fin, más de la alta cultura bilbaína, que no sé si a JMª se le escapó en su libro. Seguiremos leyendo.
"La Ría es la columna vertebral de Bilbao. Las minas de Somorrostro y Ollargan hicieron la Ría y la ría da origen a Bilbao..." (Juan Antonio de Zunzunegui). La Ría todavía no la conozco, pero sí al Nervión en su culebrear previo. Uno de esos últimos coletazos da lugar a la llanura del ensanche bilbaíno hasta que ya no tuvo más remedio que trepar por las vertientes del cauce fluvial. El moderno, comercial y ahora muy museístico, frente al casco viejo, cruzando por El Arenal. Por allí, por El Arenal, gustaba pasar JMª, según dice en su Vasca Cultura..., a paraguas y diario adherido. No sé si en aquella época setentera, a la que se refiere, existía ya la escultura de Oteiza que ahora encuentro yo frente al Ayuntamiento. No sé si su Arenal habrá ganado o perdido con ello, pero viendo una foto aérea de hace unas décadas, me temo que sí, que algo sí ha cambiado en esas arenas que otrora se llenaran de embarcaciones varadas."Variante ovoide de la desocupación de las esfera", nos dice Oteiza que es su escultura del Arenal.
Nos adentramos por la zona vieja, donde nos topamos con la plaza de D. Miguel de Unamuno, con cabeza esculpida al final de columnata que mezcla estilos clásicos, corintio y jónico a la vez. Allí está él rodeado de góticos que pareciera tengan en ese sitio su congregación semanal. Y seguro que contento, pues así se mostraba él también de diferente, intelectual y trágico. Continuamos callejeando, dejándonos llevar por su ambiente concurrido y lozano, con sus innumerables tascas y bares de picoteo, atiborradas de vascongados dichicharacheros. Igual ocurría bajo los soportales de la Plaza Nueva, a la que llegamos por pasadizos inesperados. En la catedral de Santiago me llamó la atención los retablos barrocos, de madera policromada y grandes columnas salomónicas profusamente decoradas. En uno de ellos, el de San Diego, encuentro una alusión a Santa Teresa de Jesús y me acuerdo de las conversaciones de Jesús en radio Tijuana-La Puerta. Jesús hablaba una vez de la vida de los santos, de sus estados de éxtasis, de las drogas y sus efectos, etc. Según texto explicativo del retablo, en el ático hay óleo dedicado a Santa Teresa que recoge su estado de ‘transreverberación’. Joder con la palabrita. El cuadro está muy oscuro y apenas se adivina las figuras que lo componen. Santa Teresa parece postrada, con expresión algo traspuesta y rodeada de acólitos que imaginan la intensa experiencia de abandono terrenal. De pronto, el órgano de la catedral (que no el de la santa) nos invade con sus bellas entonaciones. Se trata de un concierto en honor a Bach. La mayoría de los parroquianos y curiosos portan libretos del evento, y los consultan con devoción. “Fuga (Allabreve) en si bemol mayor sobre el nombre de B-A-C-H” de Johann Ludwig Krebs, “Fantasía y Fuga en sol menor” de Felix Mendelssohn Bartholdy… Y así hasta la nota local: “Contrapunctus XIX” de Patxi García Garmilla (Bilbao, 1956), que al parecer va de variantes cromáticas y diferentes temas de “El arte de la Fuga” BWV 1080 de J. S. Bach. En fin, más de la alta cultura bilbaína, que no sé si a JMª se le escapó en su libro. Seguiremos leyendo.
"La Ría es la columna vertebral de Bilbao. Las minas de Somorrostro y Ollargan hicieron la Ría y la ría da origen a Bilbao..." (Juan Antonio de Zunzunegui). La Ría todavía no la conozco, pero sí al Nervión en su culebrear previo. Uno de esos últimos coletazos da lugar a la llanura del ensanche bilbaíno hasta que ya no tuvo más remedio que trepar por las vertientes del cauce fluvial. El moderno, comercial y ahora muy museístico, frente al casco viejo, cruzando por El Arenal. Por allí, por El Arenal, gustaba pasar JMª, según dice en su Vasca Cultura..., a paraguas y diario adherido. No sé si en aquella época setentera, a la que se refiere, existía ya la escultura de Oteiza que ahora encuentro yo frente al Ayuntamiento. No sé si su Arenal habrá ganado o perdido con ello, pero viendo una foto aérea de hace unas décadas, me temo que sí, que algo sí ha cambiado en esas arenas que otrora se llenaran de embarcaciones varadas."Variante ovoide de la desocupación de las esfera", nos dice Oteiza que es su escultura del Arenal.
domingo, 24 de julio de 2011
Por el vórtice bilbaíno
Después de un par de semanas bastante olvidado de este blog, espero recobrar el impulso. Y nada como la disculpa de unos días de viaje; un diario de impresiones y algún que otro recorrido colorista. No será la primera vez, ni la última.
Al fin volamos. Adiós a la isla-paréntesis de Aldecoa; a la isla-jaula, según me contaba una vez mi amiga del sur. Dejamos atrás la isla-triángulo, como digo yo, rodeada de nubes, al norte y al sur; asomando su triángulo mayor, su pirámide-cúspide y su jardín pinacular. El área capitalina queda escondida por el mar de algodón. Los barrios de La Cuesta y La Maldad no se ven. Lástima, tenía curiosidad por ver al Súper Chicha desde aquí arriba, con su brazo extendido a lo Mazinger Z. Cajonera City tampoco se ve, pero imagino lo que sucede allá abajo en esta mañana triste para algunos de los que conozco de aquel Parnaso.
Volamos. Dejamos atrás el Atlántico y avanzamos por tierras lusas. Hay un gran estuario en la desembocadura de un río sobrio y oscilante, y una ciudad que se expande por todo ello. ¿Será Lisboa y será el Tajo ese río? No sé, pierde uno demasiadas referencias asomado a estas pequeñas ventanas de Boeing 737, a diez mil metros de altura. En la llanura de aluvión que bordea al río se ven numerosas parcelas agrícolas con toda la gradación de colores que van del verde clorofila más intenso hasta el pardo más agostado. Las viejas formas rectangulares compiten con las circulares de las nuevas técnicas de riego. Algunos círculos no se completan y adquieren dibujos que me recuerdan a aquellos comecocos de los ochenta.
Seguimos rumbo al norte, grandes extensiones parduzcas y grisáceas y, de vez en cuando, grandes pantanos que extienden sus formas azuladas por cuencas alargadas; con ramificaciones principales y adyacentes; con bordes quebrados, dibujando extraños animales, monstruos psicodélicos, tentaculares. El Boeing cambia de rumbo, hacia el noreste, y la gran meseta peninsular aparece abajo, mayormente pajiza, pero salpiqueteada de marrones y verdes. Magnífico pixelado de una anodina geografía, de horas de camino a la sombra de la repetitiva canción de las chicharras.
Continuamos. Anuncian el descenso a Bilbao. Los villorrios asoman entre nubes y manchas de verde oscuro cada vez más frecuentes. El Mar Cantábrico nos espera en lontananza y apenas he comenzado a leer Vasca Cultura de Altura, un libro de nuestro amigo y compañero tertuliano JMª. Le había preguntado hace unas semanas por un libro para ir ambientándome en este viaje a Bilbao y territorios anejos. No recordaba ya que tenía pendiente este Retorno estético a Oteiza e Ibarrola. Nada mejor para abrir boca en este viaje, 206 páginas (no sé los centímetros) de puro repaso vascongado.
Nos recibe una terminal no muy grande pero de puro costillar Calatrava. Una estructura blanca rematada de cristalería. Por los pasillos no veo nada de ese habitual bombardeo de imágenes; el tour de exotismo prefabricado. No, este País todavía no se representa y escenifica de esta manera, lo que es de agradecer. La saturación de imágenes entra por otras vías, pero no hasta el punto de verte en una historia que parece que ya te han contado hasta el final.
La aproximación al sitio donde reservamos la hacemos en guagua, como si fuéramos locales. Bueno, hasta uno que sí que lo era, pero despistado, me preguntaba a mí que dónde estaba no sé qué. --No no, no sé. --Le dije. Y él mirándome raro, como pensando que no quería colaborarle. Y yo con ganas de decirle ¡Que no, chaval, que es mi primera hora de estancia por estas tierras! Nada que ver con el camarero del bar al que entramos mucho más tarde, ya de noche. --¿Podemos coger esta mesa libre? –Le pregunto. –Sí hombre, ¿para qué, para llevártela? Ja ja–No no, le digo que si está libre, ja ja –¡Joder con estos canarios! ¿Qué, acabáis de llegar de las islas? –Sí sí… --Nada, reconocidos a las primeras de cambio. Luego nos enteramos que él había estado trabajando unos años por allí. Le pregunto dónde, y va y me suelta que en Las Galletas. ¡Joder, qué mundo!
Esta gente del vórtice es muy simpática con los foráneos y muy dada a echarse unos chatos en las calles, de tertulia nocturna, y... no sé qué más... porque nos vamos. Ya estamos hechos polvo. Joder, nos levantamos desde las cinco y media.
Mañana más, si es que vuelvo a tener un momento de conexión a la gran red.
Al fin volamos. Adiós a la isla-paréntesis de Aldecoa; a la isla-jaula, según me contaba una vez mi amiga del sur. Dejamos atrás la isla-triángulo, como digo yo, rodeada de nubes, al norte y al sur; asomando su triángulo mayor, su pirámide-cúspide y su jardín pinacular. El área capitalina queda escondida por el mar de algodón. Los barrios de La Cuesta y La Maldad no se ven. Lástima, tenía curiosidad por ver al Súper Chicha desde aquí arriba, con su brazo extendido a lo Mazinger Z. Cajonera City tampoco se ve, pero imagino lo que sucede allá abajo en esta mañana triste para algunos de los que conozco de aquel Parnaso.
Volamos. Dejamos atrás el Atlántico y avanzamos por tierras lusas. Hay un gran estuario en la desembocadura de un río sobrio y oscilante, y una ciudad que se expande por todo ello. ¿Será Lisboa y será el Tajo ese río? No sé, pierde uno demasiadas referencias asomado a estas pequeñas ventanas de Boeing 737, a diez mil metros de altura. En la llanura de aluvión que bordea al río se ven numerosas parcelas agrícolas con toda la gradación de colores que van del verde clorofila más intenso hasta el pardo más agostado. Las viejas formas rectangulares compiten con las circulares de las nuevas técnicas de riego. Algunos círculos no se completan y adquieren dibujos que me recuerdan a aquellos comecocos de los ochenta.
Seguimos rumbo al norte, grandes extensiones parduzcas y grisáceas y, de vez en cuando, grandes pantanos que extienden sus formas azuladas por cuencas alargadas; con ramificaciones principales y adyacentes; con bordes quebrados, dibujando extraños animales, monstruos psicodélicos, tentaculares. El Boeing cambia de rumbo, hacia el noreste, y la gran meseta peninsular aparece abajo, mayormente pajiza, pero salpiqueteada de marrones y verdes. Magnífico pixelado de una anodina geografía, de horas de camino a la sombra de la repetitiva canción de las chicharras.
Continuamos. Anuncian el descenso a Bilbao. Los villorrios asoman entre nubes y manchas de verde oscuro cada vez más frecuentes. El Mar Cantábrico nos espera en lontananza y apenas he comenzado a leer Vasca Cultura de Altura, un libro de nuestro amigo y compañero tertuliano JMª. Le había preguntado hace unas semanas por un libro para ir ambientándome en este viaje a Bilbao y territorios anejos. No recordaba ya que tenía pendiente este Retorno estético a Oteiza e Ibarrola. Nada mejor para abrir boca en este viaje, 206 páginas (no sé los centímetros) de puro repaso vascongado.
Nos recibe una terminal no muy grande pero de puro costillar Calatrava. Una estructura blanca rematada de cristalería. Por los pasillos no veo nada de ese habitual bombardeo de imágenes; el tour de exotismo prefabricado. No, este País todavía no se representa y escenifica de esta manera, lo que es de agradecer. La saturación de imágenes entra por otras vías, pero no hasta el punto de verte en una historia que parece que ya te han contado hasta el final.
La aproximación al sitio donde reservamos la hacemos en guagua, como si fuéramos locales. Bueno, hasta uno que sí que lo era, pero despistado, me preguntaba a mí que dónde estaba no sé qué. --No no, no sé. --Le dije. Y él mirándome raro, como pensando que no quería colaborarle. Y yo con ganas de decirle ¡Que no, chaval, que es mi primera hora de estancia por estas tierras! Nada que ver con el camarero del bar al que entramos mucho más tarde, ya de noche. --¿Podemos coger esta mesa libre? –Le pregunto. –Sí hombre, ¿para qué, para llevártela? Ja ja–No no, le digo que si está libre, ja ja –¡Joder con estos canarios! ¿Qué, acabáis de llegar de las islas? –Sí sí… --Nada, reconocidos a las primeras de cambio. Luego nos enteramos que él había estado trabajando unos años por allí. Le pregunto dónde, y va y me suelta que en Las Galletas. ¡Joder, qué mundo!
Esta gente del vórtice es muy simpática con los foráneos y muy dada a echarse unos chatos en las calles, de tertulia nocturna, y... no sé qué más... porque nos vamos. Ya estamos hechos polvo. Joder, nos levantamos desde las cinco y media.
Mañana más, si es que vuelvo a tener un momento de conexión a la gran red.
lunes, 18 de julio de 2011
Consideraciones en la resaca de una noche de debate
Por fin plenamente integrado al mundanal ruido. Durante el fin de semana tuve un par de breves incursiones en los blogs amigos, haciéndose eco del encuentro del pasado jueves en Librería Cabildo. Parece que la Mesa Redonda G21 ha vuelto a remover conciencias y opiniones. Sin duda, es la mejor carta de presentación de Ánghel Morales, y ahora también un poco nuestra (de JMª y mía, digo), al menos como colaterales y momentáneos. Ya eso me parece un gran triunfo. No creo, Ánghel, que ahora debas meterte a defender tu proyecto a capa y espada porque tus logros son más que evidentes. No, no creo que se trate de eso, de socavar esa apuesta, sino de abundar en las aguas que afortunadamente se removieron (que removiste). Por ahí, quizás, avancemos. Y, Jesús, no te sientas tan desplazado; si hay obra, tendrás tu momento. El proyecto G21 tiene solidez suficiente y avanza, tú lo sabes mejor que nadie, Ánghel, esa es tu función como editor y la sabes cumplir bien (a no ser que te quieras convertir también en crítico literario). Sin embargo, no podemos ser inocentes (hace tiempo que dejamos de serlo) ni desde el punto de vista creativo, ni desde el punto de vista de la reflexión o la crítica. Por mi parte, en la narrativa de Canarias veo muchos valores, pero también encuentro problemas, dudas, interrogantes... no exclusivamente por G21 sino más allá, en relación al conjunto del actual momento narrativo. Ese es un reto que merece la pena abordar.
En cuanto a las 'generaciones' en literatura (me parece que no me expliqué bien en el comentario a la entrada de Jesús), hay toda una discusión teórica que no podemos obviar una vez metidos en estas lides. No se trata de una cuestión anti-G21, nada más alejado de mi intención. Lo que no podemos es dejar de considerarla, porque está ahí. Así de simple. Por último, tampoco creo que esta discusión 'generacional' la vaya a resolver yo ahora, ni mucho menos, pero sí tenerla en cuenta para nuestro propio debate de la historia narrativa de estas islas.
En cuanto a las 'generaciones' en literatura (me parece que no me expliqué bien en el comentario a la entrada de Jesús), hay toda una discusión teórica que no podemos obviar una vez metidos en estas lides. No se trata de una cuestión anti-G21, nada más alejado de mi intención. Lo que no podemos es dejar de considerarla, porque está ahí. Así de simple. Por último, tampoco creo que esta discusión 'generacional' la vaya a resolver yo ahora, ni mucho menos, pero sí tenerla en cuenta para nuestro propio debate de la historia narrativa de estas islas.
sábado, 9 de julio de 2011
Estadio Azteca
Prendido
a tu botella vacía,
esa que antes, siempre tuvo gusto a nada.
Apretando los dedos, agarrandomé, dándole mi vida,
a ese para-avalanchas.
Cuando era niño,
y conocí el estadio Azteca,
me quedé duro, me aplastó ver al gigante,
de grande me volvió a pasar lo mismo,
pero ya estaba duro mucho antes...
Dicen que hay,
Dicen que hay,
un mundo de tentaciones,
también hay caramelos
con forma de corazones...
Dicen que hay,
Bueno, malo,
Dicen que hay mas o menos,
Dicen que hay algo que tener,
y no muchos tenemos...
y no muchos tenemos...
Prendido,
a tu botella vacía,
esa que antes, siempre tuvo gusto a nada.
"Siempre estuvo iluminada. Fue un momento de inspiración muy especial de Marcelo Scornik, el Cuino, y también de la música. Es una canción que dice mucho más de lo que parece. La letra es misteriosa, no se puede explicar. Cuenta la historia personal de Marcelo pero, a través de él, la de toda la Argentina. Habla del exilio, de la muerte, del fútbol, de los hinchas, de la droga, del corazón que tenemos y que no tenemos. Es una canción muy importante." (entrevista a A. Calamaro)
La primera vez que escuché esta canción (corría el 2007) fue en ese mágnífico directo de "Dos son multitud". Calamaro&Cabrales/Fito&Andrés en un fértil cruce de caminos para el rock en español. Pero entre todas aquellas canciones destaco ésta. Como bien dice el propio Calamaro, la letra es misteriosa y no se puede explicar. Muchos identifican esa historia con la de Maradona, Andrés dice que es la de Marcelo Scornik... Pero lo cierto es que de alguna forma podría contar cosas de la biografía de muchos otros, atrapando una escurridiza manera de entender la vida. Ese es su misterio y su fuerza.
"Gracias le doy a la Virgen, gracias le doy al Señor, porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor." (Calamaro, en 'El Regreso')
Recuerdos a una tal SGAE.
a tu botella vacía,
esa que antes, siempre tuvo gusto a nada.
Apretando los dedos, agarrandomé, dándole mi vida,
a ese para-avalanchas.
Cuando era niño,
y conocí el estadio Azteca,
me quedé duro, me aplastó ver al gigante,
de grande me volvió a pasar lo mismo,
pero ya estaba duro mucho antes...
Dicen que hay,
Dicen que hay,
un mundo de tentaciones,
también hay caramelos
con forma de corazones...
Dicen que hay,
Bueno, malo,
Dicen que hay mas o menos,
Dicen que hay algo que tener,
y no muchos tenemos...
y no muchos tenemos...
Prendido,
a tu botella vacía,
esa que antes, siempre tuvo gusto a nada.
"Siempre estuvo iluminada. Fue un momento de inspiración muy especial de Marcelo Scornik, el Cuino, y también de la música. Es una canción que dice mucho más de lo que parece. La letra es misteriosa, no se puede explicar. Cuenta la historia personal de Marcelo pero, a través de él, la de toda la Argentina. Habla del exilio, de la muerte, del fútbol, de los hinchas, de la droga, del corazón que tenemos y que no tenemos. Es una canción muy importante." (entrevista a A. Calamaro)
La primera vez que escuché esta canción (corría el 2007) fue en ese mágnífico directo de "Dos son multitud". Calamaro&Cabrales/Fito&Andrés en un fértil cruce de caminos para el rock en español. Pero entre todas aquellas canciones destaco ésta. Como bien dice el propio Calamaro, la letra es misteriosa y no se puede explicar. Muchos identifican esa historia con la de Maradona, Andrés dice que es la de Marcelo Scornik... Pero lo cierto es que de alguna forma podría contar cosas de la biografía de muchos otros, atrapando una escurridiza manera de entender la vida. Ese es su misterio y su fuerza.
"Gracias le doy a la Virgen, gracias le doy al Señor, porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor." (Calamaro, en 'El Regreso')
Recuerdos a una tal SGAE.
jueves, 7 de julio de 2011
Lecturas y relecturas (iv)
El Flamenco comenzó a contabilizar los palitos y cuando llegaba a doce ponía una coma. Luego continuaba contando a partir de la coma y ponía una estrella o dos estrellas según conviniera al número resultante. En cada una de las otras agrupaciones de palitos hacía lo mismo y, al final, encontró la combinación de estrellas que buscaba.
--Una, dos, una, dos, dos. –Repetía varias veces en una extraña letanía entre dientes para no despistarse. Se fue a la gran cuadrícula y…
--¡Merde! Qu'est-ce que il est passé ici? ¿Qué coño merde había aquí?
--¡Coño! ¡Esto estaba mojado o qué! --Exclamé yo.
-- Ceci n'est pas possible. Este libro es único, y ya se me mojó todo esto. Y la culpa la tengo yo por abrir esto aquí, en cualquier sitio. Me cago en la puta merde esa.
Allí estuvimos secando con servilletas todo lo que se había mojado del cuadro. La tinta se había corrido un poco, pero logramos que no se extendiera más y tomamos mayores medidas de precaución para ver en dónde volverlo a extender. Una vez vuelta la normalidad, lo que costó otro par de cervezas, comenzamos a ver el modo de establecer el punto de conexión entre la fila de la pregunta y la columna de aquella combinación repetida no sé cuántas veces.
--¿Cómo era lo de las estrellitas esas?
--Una, dooss… A ver los papeles essoossss ¡Cojones! Todo por culpa de esa merde.
--Caarma, caarma, que aquí losshs tienes. ¡Jodeel!
--Esso eshss… Una, dossh, una, doss, dosshs. –Luego, su dedo bajando por esa misma columna, y el mío, cruzando de izquierda a derecha por la fila de mi pregunta, se unieron en un mismo punto; en uno de esos recuadros de la gran retícula de figuras simbólicas que componía aquella maltrecha sábana de papel que escondía el libro en sus entrañas.
--¿Qué salió? ¿El arado?
--Sí, sí, creo que eso es un arado. –La emoción del momento comenzó a embargarme. No creí que albergara tantas expectativas en esta consulta, más bien creí que se trataba de mera curiosidad, una manera más de pasar el tiempo de copas… Pero me equivocaba. De pronto sentí ese enorme hueco entre la respiración; esa especie de tensión que sólo crea el despertar de la adrenalina; la espera en alerta disfrazada de pasatiempo y risas.
--Puesshs nada, vamos a vel. –Después de volver a plegar con sumo cuidado el gran cuadro, El Flamenco comenzó a buscar por el resto de páginas de aquél libro hasta que se encontró con las de la figura del arado.
--Eso esh. A ver, a verrl… --El Flamenco recorría lentamente con el índice de la mano izquierda el listado de combinaciones, hasta que…
--Aquí están esas estrellas ¿no? Una, dos, una… y doss, y dosshs. ¿No?
--Sí, sí. Eso esshs.
--Pues esa esshs tu resshs... puesta:
“Se ofrecerán impedimentos que no puedes ni aún soñarlos”.
No sé cuánto segundos pasaron, pero los suficientes como para que aquella nube alcohólica se disipara totalmente. El abismo se abría por momentos a mis pies. El mal agüero de hace unos segundos, confirmado. No sabía bien cómo encajar aquella frase del todo inesperada. Una frase ciertamente inquietante.
--Joderrr, qué respuesta te ha salío.
Silencio, asombro.
Adiós al reposo del inocente ignorante, ‘se ofrecerán impedimentos que ni soñabas’.
--¡Merde! Sí, impedimentoss que ni soñabas, pero no dice nada de qué coño clase de impedimentos; si grandes o pequeños, si salvables o insalvables… Y además, ¿a qué coño clase de empresa te referías, tío? No sé, igual aquí se refiera a alguna que no sea tan importante…
--Sí, ya… es un consuelo, Flamenco. ¡La cuenta, por favor!
--Una, dos, una, dos, dos. –Repetía varias veces en una extraña letanía entre dientes para no despistarse. Se fue a la gran cuadrícula y…
--¡Merde! Qu'est-ce que il est passé ici? ¿Qué coño merde había aquí?
--¡Coño! ¡Esto estaba mojado o qué! --Exclamé yo.
-- Ceci n'est pas possible. Este libro es único, y ya se me mojó todo esto. Y la culpa la tengo yo por abrir esto aquí, en cualquier sitio. Me cago en la puta merde esa.
Allí estuvimos secando con servilletas todo lo que se había mojado del cuadro. La tinta se había corrido un poco, pero logramos que no se extendiera más y tomamos mayores medidas de precaución para ver en dónde volverlo a extender. Una vez vuelta la normalidad, lo que costó otro par de cervezas, comenzamos a ver el modo de establecer el punto de conexión entre la fila de la pregunta y la columna de aquella combinación repetida no sé cuántas veces.
--¿Cómo era lo de las estrellitas esas?
--Una, dooss… A ver los papeles essoossss ¡Cojones! Todo por culpa de esa merde.
--Caarma, caarma, que aquí losshs tienes. ¡Jodeel!
--Esso eshss… Una, dossh, una, doss, dosshs. –Luego, su dedo bajando por esa misma columna, y el mío, cruzando de izquierda a derecha por la fila de mi pregunta, se unieron en un mismo punto; en uno de esos recuadros de la gran retícula de figuras simbólicas que componía aquella maltrecha sábana de papel que escondía el libro en sus entrañas.
--¿Qué salió? ¿El arado?
--Sí, sí, creo que eso es un arado. –La emoción del momento comenzó a embargarme. No creí que albergara tantas expectativas en esta consulta, más bien creí que se trataba de mera curiosidad, una manera más de pasar el tiempo de copas… Pero me equivocaba. De pronto sentí ese enorme hueco entre la respiración; esa especie de tensión que sólo crea el despertar de la adrenalina; la espera en alerta disfrazada de pasatiempo y risas.
--Puesshs nada, vamos a vel. –Después de volver a plegar con sumo cuidado el gran cuadro, El Flamenco comenzó a buscar por el resto de páginas de aquél libro hasta que se encontró con las de la figura del arado.
--Eso esh. A ver, a verrl… --El Flamenco recorría lentamente con el índice de la mano izquierda el listado de combinaciones, hasta que…
--Aquí están esas estrellas ¿no? Una, dos, una… y doss, y dosshs. ¿No?
--Sí, sí. Eso esshs.
--Pues esa esshs tu resshs... puesta:
“Se ofrecerán impedimentos que no puedes ni aún soñarlos”.
No sé cuánto segundos pasaron, pero los suficientes como para que aquella nube alcohólica se disipara totalmente. El abismo se abría por momentos a mis pies. El mal agüero de hace unos segundos, confirmado. No sabía bien cómo encajar aquella frase del todo inesperada. Una frase ciertamente inquietante.
--Joderrr, qué respuesta te ha salío.
Silencio, asombro.
Adiós al reposo del inocente ignorante, ‘se ofrecerán impedimentos que ni soñabas’.
--¡Merde! Sí, impedimentoss que ni soñabas, pero no dice nada de qué coño clase de impedimentos; si grandes o pequeños, si salvables o insalvables… Y además, ¿a qué coño clase de empresa te referías, tío? No sé, igual aquí se refiera a alguna que no sea tan importante…
--Sí, ya… es un consuelo, Flamenco. ¡La cuenta, por favor!
miércoles, 6 de julio de 2011
Lecturas y relecturas (iii)
Sigo leyendo y veo las preguntas y respuestas que de su puño y letra anotó Napoleón en una de sus hojas en blanco. Preguntas y respuestas de El libro de los destinos que demuestra el gran acierto y el afán por saber de su futuro así como la búsqueda de alguna certeza que reforzara sus determinaciones. Preguntas de Gran Hombre, respuestas de cauta sabiduría para encontrar luz al final del túnel.
Se hace eco también de algunas noticias sobre los oráculos más famosos de la antigüedad, como la recogida para el, quizás, más famoso de ellos, el oráculo de Delfos. Se cuenta que hasta allí llegó Alejandro cuando todavía no era Magno, sino antes de partir hacia tierras persas, en esa expedición que terminó por llevarle hasta la gran India. Llegó, sin embargo, un día en que la pitonisa tenía prohibido subir al santuario para proceder a obtener alguna profecía del dios Apolo. Alejandro que nunca fue hombre de mucha paciencia, comenzó rogando a la pitonisa que entendiera su urgencia, pero ante su reiterada negativa terminó por tomarla del brazo, sacándola de su celda y forzarla a que se sentase en el trípode. Ella, al verse llevada por la fuerza hacia el santuario, terminó por exclamar: “Hijo mío, tú eres invencible”. Alejandro al oír estas palabras se sintió totalmente satisfecho, tomando la frase como expresión de los dioses para confirmarle su disposición de conquista hacia Persia y más allá, por toda el Asia conocida.
En esta clase de lectura andaba yo cuando otra vez de improviso cayó el pesado brazo del Flamenco sobre el libro, cerrándolo de golpe.
--¡Joder, Flamenco!
--Ni jooder ni joodeer. –Era evidente que las cervezas comenzaban a hacer su efecto y también la natural propensión de su carácter a imponerse por las bravas en lo que consideraba su terreno. --¿Quieres que te encuentre… oohpss… la respuesta a alguna de tus preguntas… o qué?
--Joder, Flamenco, pues claro. Pero coño, ya medio bebido, no sé si vas a atinar.
--¡Cómo! ¡Yo este libro lo conoss…co como la palma de mi mano! Venga, déjate de mariconadas. ¿Quieres saber o no quieres saber?
--Quiero.
--Poss… bueno. –Y abriendo hacia la mitad del libro, encuentra una gran hoja doblada en ocho partes, que al desplegarla se extiende por casi un metro cuadrado, y en el cual aparece una gran cuadrícula de signos extraños. Fijando mejor la vista, muchos de ellos parecían reconocibles, como si fueran los signos del horóscopo, y algunos otros como una careta, una lira, una pirámide, un puñal, un arado… y no sé cuantos más. Cada uno de ellos se distribuían de forma diagonal en las celdas de la cuadrícula. Al comienzo de cada fila había una pregunta, haciendo un total de 32, y al comienzo de cada columna había distintas combinaciones de una y dos estrellas hasta hacer también un total de 32. En la esquina superior izquierda aparece el rótulo: “Preguntas que podrán hacerse al Oráculo”, y un subtítulo que dice: “para las cuales se encontrarán respuestas análogas siguiendo las instrucciones dadas”.
--¿Y cómo funciona esto, Flamenco?
--¡Espera, esperaa… aag…! --Nada, tuve que volver a pedir una nueva ronda de cervezas, y a mí ya me empezaba a aparecer una ligera sombra en los pensamientos. Él, sin embargo, seguía bebiendo a grandes tragos, ávido de apagar el fuego interior que le devoraba, pero sabiendo todavía lo que se traía entre manos. Quizás, el libro era de las pocas cosas que todavía respetaba por encima de todo.
--Bueno, tienes que elegir… tienes que elegir una pregunta.
Yo recorría con la vista esas supuestas preguntas esenciales de la vida, esas que centraban el interés de las personas desde tiempos tan antiguos hasta la actualidad. La verdad es que me parecían demasiado tópicas, demasiado esperadas, que casi te hacían sonreír. Se dejaban leer casi sin sorpresas, con naturalidad, como quien te cuenta las cosas de toda la vida. Sí, era eso, las cosas de toda la vida… Es decir, con el aire de lo reconocible, de lo esperable, pero, por ello mismo, con el peso de lo que todos terminamos por preguntarnos, al fin. La simpleza de los planteamientos cuando llegamos al cruce de los caminos desconocidos. ¿Qué nos cabe esperar al elegir? ¿A dónde llegaremos? ¿A dónde llegarán nuestros seres queridos?... Pero también las preguntas de los que tienen aires de grandeza, de los que se saben o se quieren destinados a alguna clase de trascendencia espiritual o material. Las preguntas que podrían espantar nuestros miedos o, por el contrario, hundirnos en ellos sin remisión. Porque son así, preguntas para respuestas de doble filo. Esa era su fortaleza, su desafío, la energía que contenían, el asomo al abismo o a la cumbre. Preguntas o respuestas para no dejar indiferente por mucho que trates de quedarte al margen, de no tomártelo demasiado en serio. Preguntas y respuestas para socavar o enardecer. Territorio de fortalezas en cualquier caso.
--Elijo la nueve: “¿Saldré bien en la actual empresa?”
--¿Esa es la que eliges, ninguna otra?
--No, la nueve.
--Está bien. Ahora debes escribir en un papel… --Miramos alrededor para ver si hay alguno a mano.
--¿Aquí mismo, en esta servilleta?
--Sí, ahí vale. Pero ten cuidado de no rajar la servilleta al escribir.
--¡Oiga! ¿Un bolígrafo? Por favor. Gracias.
--Ahora tienes que escribir rayas verticales, de un tamaño como de dos centímetros, todas paralelas y en número mayor a doce.
--¿Así?
--Sí, pero sigue haciendo más, hasta que sean más de doce.
--O Ka. Mira, aquí no sé cuantas habrá, pero ya tiene que haber más de doce ¿no?
--Sí, sí. Así mismo. Ahora tienes que repetir lo mismo cuatro veces más.
--Joder, pues tendré que coger más servilletas.
--Sí sí, las que quieras, pero no pierdas el orden, pa… para yo saber cuál fue la primera y… las de después.
--O ka, mejor te las numero: una, dosss…
--Bueno, pues ya está. Ahora me toca a mí.
Se hace eco también de algunas noticias sobre los oráculos más famosos de la antigüedad, como la recogida para el, quizás, más famoso de ellos, el oráculo de Delfos. Se cuenta que hasta allí llegó Alejandro cuando todavía no era Magno, sino antes de partir hacia tierras persas, en esa expedición que terminó por llevarle hasta la gran India. Llegó, sin embargo, un día en que la pitonisa tenía prohibido subir al santuario para proceder a obtener alguna profecía del dios Apolo. Alejandro que nunca fue hombre de mucha paciencia, comenzó rogando a la pitonisa que entendiera su urgencia, pero ante su reiterada negativa terminó por tomarla del brazo, sacándola de su celda y forzarla a que se sentase en el trípode. Ella, al verse llevada por la fuerza hacia el santuario, terminó por exclamar: “Hijo mío, tú eres invencible”. Alejandro al oír estas palabras se sintió totalmente satisfecho, tomando la frase como expresión de los dioses para confirmarle su disposición de conquista hacia Persia y más allá, por toda el Asia conocida.
En esta clase de lectura andaba yo cuando otra vez de improviso cayó el pesado brazo del Flamenco sobre el libro, cerrándolo de golpe.
--¡Joder, Flamenco!
--Ni jooder ni joodeer. –Era evidente que las cervezas comenzaban a hacer su efecto y también la natural propensión de su carácter a imponerse por las bravas en lo que consideraba su terreno. --¿Quieres que te encuentre… oohpss… la respuesta a alguna de tus preguntas… o qué?
--Joder, Flamenco, pues claro. Pero coño, ya medio bebido, no sé si vas a atinar.
--¡Cómo! ¡Yo este libro lo conoss…co como la palma de mi mano! Venga, déjate de mariconadas. ¿Quieres saber o no quieres saber?
--Quiero.
--Poss… bueno. –Y abriendo hacia la mitad del libro, encuentra una gran hoja doblada en ocho partes, que al desplegarla se extiende por casi un metro cuadrado, y en el cual aparece una gran cuadrícula de signos extraños. Fijando mejor la vista, muchos de ellos parecían reconocibles, como si fueran los signos del horóscopo, y algunos otros como una careta, una lira, una pirámide, un puñal, un arado… y no sé cuantos más. Cada uno de ellos se distribuían de forma diagonal en las celdas de la cuadrícula. Al comienzo de cada fila había una pregunta, haciendo un total de 32, y al comienzo de cada columna había distintas combinaciones de una y dos estrellas hasta hacer también un total de 32. En la esquina superior izquierda aparece el rótulo: “Preguntas que podrán hacerse al Oráculo”, y un subtítulo que dice: “para las cuales se encontrarán respuestas análogas siguiendo las instrucciones dadas”.
--¿Y cómo funciona esto, Flamenco?
--¡Espera, esperaa… aag…! --Nada, tuve que volver a pedir una nueva ronda de cervezas, y a mí ya me empezaba a aparecer una ligera sombra en los pensamientos. Él, sin embargo, seguía bebiendo a grandes tragos, ávido de apagar el fuego interior que le devoraba, pero sabiendo todavía lo que se traía entre manos. Quizás, el libro era de las pocas cosas que todavía respetaba por encima de todo.
--Bueno, tienes que elegir… tienes que elegir una pregunta.
Yo recorría con la vista esas supuestas preguntas esenciales de la vida, esas que centraban el interés de las personas desde tiempos tan antiguos hasta la actualidad. La verdad es que me parecían demasiado tópicas, demasiado esperadas, que casi te hacían sonreír. Se dejaban leer casi sin sorpresas, con naturalidad, como quien te cuenta las cosas de toda la vida. Sí, era eso, las cosas de toda la vida… Es decir, con el aire de lo reconocible, de lo esperable, pero, por ello mismo, con el peso de lo que todos terminamos por preguntarnos, al fin. La simpleza de los planteamientos cuando llegamos al cruce de los caminos desconocidos. ¿Qué nos cabe esperar al elegir? ¿A dónde llegaremos? ¿A dónde llegarán nuestros seres queridos?... Pero también las preguntas de los que tienen aires de grandeza, de los que se saben o se quieren destinados a alguna clase de trascendencia espiritual o material. Las preguntas que podrían espantar nuestros miedos o, por el contrario, hundirnos en ellos sin remisión. Porque son así, preguntas para respuestas de doble filo. Esa era su fortaleza, su desafío, la energía que contenían, el asomo al abismo o a la cumbre. Preguntas o respuestas para no dejar indiferente por mucho que trates de quedarte al margen, de no tomártelo demasiado en serio. Preguntas y respuestas para socavar o enardecer. Territorio de fortalezas en cualquier caso.
--Elijo la nueve: “¿Saldré bien en la actual empresa?”
--¿Esa es la que eliges, ninguna otra?
--No, la nueve.
--Está bien. Ahora debes escribir en un papel… --Miramos alrededor para ver si hay alguno a mano.
--¿Aquí mismo, en esta servilleta?
--Sí, ahí vale. Pero ten cuidado de no rajar la servilleta al escribir.
--¡Oiga! ¿Un bolígrafo? Por favor. Gracias.
--Ahora tienes que escribir rayas verticales, de un tamaño como de dos centímetros, todas paralelas y en número mayor a doce.
--¿Así?
--Sí, pero sigue haciendo más, hasta que sean más de doce.
--O Ka. Mira, aquí no sé cuantas habrá, pero ya tiene que haber más de doce ¿no?
--Sí, sí. Así mismo. Ahora tienes que repetir lo mismo cuatro veces más.
--Joder, pues tendré que coger más servilletas.
--Sí sí, las que quieras, pero no pierdas el orden, pa… para yo saber cuál fue la primera y… las de después.
--O ka, mejor te las numero: una, dosss…
--Bueno, pues ya está. Ahora me toca a mí.
martes, 5 de julio de 2011
Lecturas y relecturas (ii)
Aquel grueso volumen resultó haber sido encuadernado en numerosas ocasiones, y en las últimas de forma tosca, con papeles de periódico que ya mostraban por las esquinas y lomo un gran deterioro y manoseo.
Después de hacerle un gesto de aprobación al camarero, el Flamenco (que así le llamaban) comenzó a explicar con ese español de ligero acento centroeuropeo que le caracterizaba.
–Éste es un libro muy antiguo, copia de un manuscrito encontrado en Egipto. No sé si de la biblioteca esa… la famosa de Alejandría… ¡Ah! No no, en unas tumbas secretas de los faraones, río arriba, muy al interior de ese reino. Nada de pirámides ni cosas de películas, sino en una especie de cuevas excavadas para ellos en la ladera de una montaña.
–Joder, es usted un erudito. –Dije, casi con sorna. Y no le gustó nada el tono vacilón porque estuvo a punto de mandarme al carajo. Sería la cerveza recién servida quien detuvo aquella reacción, y me quedó claro que estos escritos se los tomaba bien en serio.
--Después de encontrarlo un inglés al que tomaban por loco, fue el mismísimo Napoleón quien encargó traducirlo y llevarlo siempre consigo para sus consultas personales, como si del mejor de los oráculos se tratase. –Acabando esta frase bebió y bebió, de forma tan desaforada como si estuviera yo hablando con aquel inglés que lo descubrió por primera vez, recién llegado del desierto egipcio. Al momento, aquella cerveza había desaparecido entre sus fauces, y tuve que repetir gesto al camarero, que aún seguía pendiente de nosotros.
--Siga siga, que la historia parece --yo todavía suspicaz-- mucho más interesante de lo que me esperaba.
--¡Interesante! ¡Interesante, dice! Esto no es interesante, por Dios, esto es la verdad. Y con la verdad no se juega. ¿Me entiende? –Su mirada era ahora desafiante y yo solo quería calmarlo un poco para que continuase la historia.
--Ande, tome un poco más y volvamos al asunto. –Señalándole con la mirada el libro que había dejado sobre el mostrador. Sin embargo, eso de la ‘verdad’ ya me había defraudado bastante. Cansado que está uno de encontrarse por todos lados con biblias y sus correspondientes predicadores iluminados.
--Bien, sigamos pues. –Con tres nuevos movimientos de nuez ya había deglutido casi la otra cerveza. Y prosiguió.
—Como le decía, fue Napoleón quien lo utilizó por primera vez en Europa, y quien le otorgó gran prestigio entre los ambientes cortesanos. Después de su muerte se publicaron numerosas copias que hacían las delicias de camarillas y grupos de damas en tardes de aburrimiento. Pero también hubo quien se lo tomaba más en serio; aristócratas y hombres de negocios preocupados por el futuro, damiselas y buenas mozas en busca de provechoso partido, señoras ya maduras inquietas por sus hijos o por los devaneos de sus maridos, etc. etc. –En esto alcanzó de nuevo la botella y de un solo trago acabó con el resto del líquido espumoso. Y yo, por mi parte, pedí dos más. Una para él y otra para mí, que ya me hacía falta también.
--En fin, que cada uno buscaba en él la pregunta o preguntas que más le preocupaban acerca de su devenir más inmediato, motivo por el cual terminó conociéndosele como El libro de los destinos.
--¿Puedo? –Le dije, refiriéndome al libro.
--Sí… Bueno, adelante. Pero cuidado de no forzar demasiado sus costuras, que los cuadernillos ya están cerca de desmembrarse.
Abrí por la tapa de la portada y en las primeras hojas quedó al descubierto lo que parecía una dedicatoria… Sí sí: “A su alteza imperial María Luisa (…) Señora: con sentimientos del más profundo respeto y veneración tengo la honra de (… bla bla) Aunque esta traducción es un poco libre en algunos pasajes para adaptarla a las costumbres de Europa, es sin embargo casi un facsímil del único manuscrito original que poseyó el nunca bastante lamentado emperador y rey (… bla bla bla) espero será de la aprobación de Vuestra Señora Alteza Imperial. Su humilde servidor, H. Kirchenhoffer”. --Joder, pues sí que el Flamenco decía la verdad. –Me dije, cuando de pronto soltó el pesado brazo sobre el ejemplar, cerrándolo de golpe.
--¡Jodeeer! ¡Qué coño pasó!
--Que sigo teniendo la garganta seca.
--Coño, qué susto. Anda, pónganos dos más. –Y yo todavía con el corazón en un puño dando brincos enormes.
--Me cago en la puta, Flamenco, no me hagas eso otra vez. Pides otra y ya está ¡Cojones!
Abro de nuevo por el prólogo y leo algo de un tal Mr. Sonnini y de cómo describió el prodigio de unas tumbas encontradas por él en el Monte Líbico, a media legua del poniente del Memnonio y acabando frente a Medinet-Abou.
Después de hacerle un gesto de aprobación al camarero, el Flamenco (que así le llamaban) comenzó a explicar con ese español de ligero acento centroeuropeo que le caracterizaba.
–Éste es un libro muy antiguo, copia de un manuscrito encontrado en Egipto. No sé si de la biblioteca esa… la famosa de Alejandría… ¡Ah! No no, en unas tumbas secretas de los faraones, río arriba, muy al interior de ese reino. Nada de pirámides ni cosas de películas, sino en una especie de cuevas excavadas para ellos en la ladera de una montaña.
–Joder, es usted un erudito. –Dije, casi con sorna. Y no le gustó nada el tono vacilón porque estuvo a punto de mandarme al carajo. Sería la cerveza recién servida quien detuvo aquella reacción, y me quedó claro que estos escritos se los tomaba bien en serio.
--Después de encontrarlo un inglés al que tomaban por loco, fue el mismísimo Napoleón quien encargó traducirlo y llevarlo siempre consigo para sus consultas personales, como si del mejor de los oráculos se tratase. –Acabando esta frase bebió y bebió, de forma tan desaforada como si estuviera yo hablando con aquel inglés que lo descubrió por primera vez, recién llegado del desierto egipcio. Al momento, aquella cerveza había desaparecido entre sus fauces, y tuve que repetir gesto al camarero, que aún seguía pendiente de nosotros.
--Siga siga, que la historia parece --yo todavía suspicaz-- mucho más interesante de lo que me esperaba.
--¡Interesante! ¡Interesante, dice! Esto no es interesante, por Dios, esto es la verdad. Y con la verdad no se juega. ¿Me entiende? –Su mirada era ahora desafiante y yo solo quería calmarlo un poco para que continuase la historia.
--Ande, tome un poco más y volvamos al asunto. –Señalándole con la mirada el libro que había dejado sobre el mostrador. Sin embargo, eso de la ‘verdad’ ya me había defraudado bastante. Cansado que está uno de encontrarse por todos lados con biblias y sus correspondientes predicadores iluminados.
--Bien, sigamos pues. –Con tres nuevos movimientos de nuez ya había deglutido casi la otra cerveza. Y prosiguió.
—Como le decía, fue Napoleón quien lo utilizó por primera vez en Europa, y quien le otorgó gran prestigio entre los ambientes cortesanos. Después de su muerte se publicaron numerosas copias que hacían las delicias de camarillas y grupos de damas en tardes de aburrimiento. Pero también hubo quien se lo tomaba más en serio; aristócratas y hombres de negocios preocupados por el futuro, damiselas y buenas mozas en busca de provechoso partido, señoras ya maduras inquietas por sus hijos o por los devaneos de sus maridos, etc. etc. –En esto alcanzó de nuevo la botella y de un solo trago acabó con el resto del líquido espumoso. Y yo, por mi parte, pedí dos más. Una para él y otra para mí, que ya me hacía falta también.
--En fin, que cada uno buscaba en él la pregunta o preguntas que más le preocupaban acerca de su devenir más inmediato, motivo por el cual terminó conociéndosele como El libro de los destinos.
--¿Puedo? –Le dije, refiriéndome al libro.
--Sí… Bueno, adelante. Pero cuidado de no forzar demasiado sus costuras, que los cuadernillos ya están cerca de desmembrarse.
Abrí por la tapa de la portada y en las primeras hojas quedó al descubierto lo que parecía una dedicatoria… Sí sí: “A su alteza imperial María Luisa (…) Señora: con sentimientos del más profundo respeto y veneración tengo la honra de (… bla bla) Aunque esta traducción es un poco libre en algunos pasajes para adaptarla a las costumbres de Europa, es sin embargo casi un facsímil del único manuscrito original que poseyó el nunca bastante lamentado emperador y rey (… bla bla bla) espero será de la aprobación de Vuestra Señora Alteza Imperial. Su humilde servidor, H. Kirchenhoffer”. --Joder, pues sí que el Flamenco decía la verdad. –Me dije, cuando de pronto soltó el pesado brazo sobre el ejemplar, cerrándolo de golpe.
--¡Jodeeer! ¡Qué coño pasó!
--Que sigo teniendo la garganta seca.
--Coño, qué susto. Anda, pónganos dos más. –Y yo todavía con el corazón en un puño dando brincos enormes.
--Me cago en la puta, Flamenco, no me hagas eso otra vez. Pides otra y ya está ¡Cojones!
Abro de nuevo por el prólogo y leo algo de un tal Mr. Sonnini y de cómo describió el prodigio de unas tumbas encontradas por él en el Monte Líbico, a media legua del poniente del Memnonio y acabando frente a Medinet-Abou.
viernes, 1 de julio de 2011
Lecturas y relecturas (i)
La otra noche nos invitaba JR a escribir algo para su colección faunística. --¡Escriban algo! Una serpiente, un ratón, un mono, un burro, un cuervo... no nos vendrían nada mal. Todas esas ramas de la gran cadena del ser en las que estamos escasos de ejemplares. --No quiso insistir mucho más, mientras la ceutí con acento gaditano se movía tras la barra con pinxitos varios. La serpiente calló como una puta, el ratón, el mono y el burro dijeron --No no, muchas gracias, pero uf. No no... El cuervo tampoco lo veía nada claro en su vuela pluma de media monta. Pero dada su naturaleza de córvido descarado y atrevido... quizás podamos esperar cualquier cosa. Aunque últimamente lo veo enredado en empresas que jamás soñó iba a tener que iniciar. Empresas de futuro incierto como le auguró un extraño personaje del Casi que no. Lo conocía de coincidir algunas veces en el café de la mañana, pero la última vez portaba un libro bajo el brazo, que, a su vez, contenía un mapa desplegable con combinaciones exotéricas. O eso creí yo. Me llamó la atención cuando le explicaba al camarero la importancia del conocimiento acumulado allí, hablando de las preguntas esenciales de la vida y sus posibles respuestas. Joder, las preguntas esenciales de la vida... conocerlas ya era de interés, y si además encontrabas respuesta, pues casi naa.
Me acerco interesado en el asunto y el hombre se ofreció a revelarme todo si lo invitaba a unas cervezas. --¡Hombre, pa que no se me seque el gaznate mientras hablamos. --Dijo, y me pareció justo. Aunque era realmente enternecedor su afán por cuidar e hidratar sus mucosas faríngeas después de ver su desastrada apariencia exterior.
(continuará otro día, porque ya tengo que salir pitando pal sur)
Me acerco interesado en el asunto y el hombre se ofreció a revelarme todo si lo invitaba a unas cervezas. --¡Hombre, pa que no se me seque el gaznate mientras hablamos. --Dijo, y me pareció justo. Aunque era realmente enternecedor su afán por cuidar e hidratar sus mucosas faríngeas después de ver su desastrada apariencia exterior.
(continuará otro día, porque ya tengo que salir pitando pal sur)
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