¡La vida no es literatura!, me dice Germán el otro día en el bar de Dionisio, cuando volvía de conseguir un hermoso medregal (kilo y medio pesó el cabrón). Yo iba pensando en caldos nutricios, en filetes a la plancha con un buen mojo colorao a lo pobre, sin ajos, ni tanta mierda moderna (cocinero, dedícate a cocinar). Germán se reía y me contaba novedades de unos y otros, gentes del pueblo, amigos comunes. Y cómo lo contaba, el hijoputa, sin dejar títere con cabeza, y con qué ritmo y expresión. Cómo pasar todo eso al texto, imposible. No, Germán, la vida no es literatura, tienes razón. La literatura no te da tregua, no hay margen para el aburrimiento. En la vida sí; para el aburrimiento, la desidia y la pesadez, pero eso en la literatura es un pecado mortal. La literatura es una machacadora, chack, chack, chack... Allí no debe faltar ni sobrar nada; fuera el pajullo, fuera el delirio mental onanista, sólo la hierba fresca y jugosa, recién cortada por una implacable guadaña de filo bien afilado. Algo que nutra bien y sacie nuestra sed de leer de verdad, nuestra sed de vida.
La vida, amigo, tiene su peso, pensaba yo el otro día después de tanto sepelio seguido que llevo últimamente. Nada de lo que hagas es gratuito ni pasará inadvertido. Para ellos, para ellas, para tí... La vida, amigo mío, tiene cuerpo de hipopótamo, que a veces flota grácil en las aguas y otras avanza grave y torpemente fuera de líquido alguno. La vida, amigo mío, tiene un peso hondo y telúrico que nos lleva por caminos insospechados.
El domingo, viaje sorpresa a St. Andrews; aquél parnaso está de luto por Orlando Cova. El jueves anterior viaje relámpago a la isla de la maldición, una prima que recientemente había ido a visitar su convalescencia, también nos dejó.
Me asomo a ver la cara de la muerte en Orlando. Es curioso, hace tan solo unos años esto no lo hubiera hecho, pero ya la muerte comienza a serme familiar, ya no me asusta verla cara a cara. Pues no son ellos los que están, sino su extraña apariencia deformante, la de su frialdad.
Antes de acercarnos a despedirme de Orlando, garabateo en una servilleta del Monterrey. ¡Ya estás como Chanito apuntando cosas en las servilletas! me dice Jesús. Como Chanito y como tú, le contesto.
Chito, dónde vas a ir ahora
Déjame ir por la mar
a ver dónde voy a parar
Que en tu pecho ese lunar
reposa
haciéndome pensar
cualquier cosa
En el dulce perfil
de la niña del bosque
¡Ay, qué vergüenza!, dijo,
después de sentir
el carboncillo rozar
cadera y entrepierna
Cuando avanzo entre las nubes, en esta guagua aérea de Islas, pienso que muertos ya todos mis tíos por parte paterna (y eran siete), ahora le toca a mis primos. Entierro de una prima, una prima a la que por mucho tiempo consideré tía, y a sus hijos como primos, tal era la diferencia de edad (85 años tenía ahora cuando murió y más de diez años me llevan sus hijos). Luego me dijeron que no, que yo, en realidad, era tío de los que consideraba primos y que prima era a quien tomaba por tía. En fin, líos parentales aparte, aquellos sentimientos infantiles y el trato y el cariño continuaron igual hasta ahora. Triste e inesperada despedida, pues.
Durante el sepelio en la iglesia de Tazacorte, descubro una nueva imagen de San Miguel luchando contra el diablo, una bella talla de madera policromada. Seguramente entré aquí algunas veces de chiquillo, pero nunca había reparado como ahora en esta imagen, pues me retrotrae a la visita de hace unas semanas, donde al fin conocí la tan celebrada fiesta del diablo en Tijarafe.
Cada vez que vengo a esta isla es inevitable viajar también al origen, al tiempo en que empezó todo. Al origen familiar, sí, pero también a algo mucho más difuso y arrebatador; a las imágenes y emociones de los primeros años de vida. Recuerdo que viví aquí un año, en casa de mi abuela materna en El Cardón, cuando apenas contaba con dos o tres años. Una casa entre platanales, a medio camino entre los Llanos de Aridane y territorio bagañete.
'Que se me pegue la lengua del paladar si no me acuerdo de ti' rezaba el estribillo de la canción durante la misa de mi prima. La cantaba uno en plan cantautor con guitarra, cual Labordeta, y me pareció vibrante y reveladora. Sí, cada uno tiene sus muertos y su memoria. Pero en la canción se hablaba de Sión, y no acertaba a entender qué hacía un canto judío en una iglesia católica de Tazacorte, en medio de un sepelio cristiano. Quizás, haya que revisar muchas cosas de la presencia judía en Canarias (o al menos en La Palma, isla cuyo patrono es San Miguel, defensor de los judíos), algo que a cierta asociación de la que soy 'testigo', le gustaría sobremanera. Luego me entero, en internete, que esa letra corresponde al salmo 136, intitulado "Junto a los canales de Babilonia". Allá va:
Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.
Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión».
¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha;
que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.
Señor, toma cuentas a los Idumeos
del día de Jerusalén,
cuando se incitaban: «Arrasadla,
arrasadla hasta el cimiento».
Capital de Babilonia, ¡criminal!
¡Quién pudiera pagarte los males
que nos has hecho!
¡Quién pudiera agarrar y estrellar
tus niños contra las peñas!]
Creo que las últimas estrofas las omitió el políticamente correcto, cantante y cristiano. Pero allí estuvo él, dándonos entonado testimonio de Sión y de la importancia de la memoria. Que se me pegue, pues, la lengua del paladar si no me acuerdo de ti, en tus días de no más volver.
INVASORES
Hace 2 horas
4 comentarios:
Muchachita del bosque
no pases vergüenza,
si yo te contara
lo de mi silueta...
Mejor me lo callo,
y en otra ocasión,
puede que lo cuente
después de algún ron.
Por cierto, a propósito del cántico, yo recuerdo que de niña, cantábamos en Misa una canción que comenzaba aclamando a los hijos de Sión, le consultaré a mi hermana que tiene mejor memoria que yo y si se acuerda de la letra la colgaré por aquí. Curiosamente recuerdo solamente la tonada.
¡Ay el alzheimer...
Quién hubiera podido entrar
en escandalosas tramas
y escribir la novela
que piden todas las damas.
Abrigo en invierno,
danza en los estíos,
son los amoríos
flores del infierno.
Yo ya estoy viejo y cansado, pero me siguen sorprendiendo esas lenguas afiladas y mordaces, como cuando era joven, apuesto e inteligente, motivos suficientes en aquella época, para la crítica despiadada. Por eso igual ahora, a pesar de las modernidades, los encuentros con los conocidos del pueblo, no dejan tregua.
Noticieros ambulantes, sus conversaciones apuntan como saetas hacia los títeres "descabezados" que deambulamos al antojo de esos "cortacabezas".
Ya lo dice el refrán pueblo pequeño, infierno grande.
Publicar un comentario