Era esa hora de afán y melancolía. Demasiado tarde para una cierta certeza intestinal, demasiado pronto para abandonar y dejarse caer en el letargo y la letanía; quizás ese difuso y dulce tobogán metabólico hacia la cetosis. No sé, algo así. Volvía del curro, después de una dura mañana de tareas y gestiones. Desayuno pobre, apenas un café y lazo de hojaldre muy de temprano. Lo de casi siempre en el sur; prisas y a dar tumbos en esto y aquello otro. De vuelta, la TF-1 siempre acaba teniendo un efecto hipnótico, pero esta vez algo más quedaba acentuado por mi lamentable estado de inanición y, sobre todo, por aquella música que escuchaba. En el pioneer sonaba "gist", de mi querido Wim Mertens. Música embriagadora, de textura tan pura y cristalina, tan llena de armonías elevadoras del espíritu, con todas esas notas tan delicadamente sostenidas o esas combinaciones de líneas melódicas, tan evocadoras e insinuantes. En fin, todo ese fraseo repetitivo de base mínimal y que me espolea a circularidades sonoras ascendentes. Cuando noté cómo todo tenía un sentido natural y profundo, nada invitaba a desarmonías ni discordancias. Todo fluía, la variedad infinita de vehículos motorizados, sus colores y sus brillos niquelados; la múltiple disponibilidad de las formas, el ademán de los peatones, la belleza intrínseca de las cosas. A mi izquierda, a mi derecha… en un sentido, en otro...
Un flujo indisoluble y rotundo antes de despertar, de pronto, en un mar de bocinas y estridencias. Welcome to the jungle. Adiós a pianos, violas y violines, que el animal se despereza, al reencuentro de la codicia y el disimulo.
INVASORES
Hace 52 minutos
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