Tiempo de lágrimas. El otro día me hablaba alguien, recién culturizado en la cata vitivinícola, de la importancia de las lágrimas del vino. Y sí, le daba toda la razón. De tal forma imaginaba la evocadora maniobra de darle unas vueltas a la copa para, a continuación, dejarme embelesar con sus lágrimas, deslizándose frescas y untuosas hacia el rico néctar del que procedían. Cuentan los expertos que si la lágrima baja abundante y deprisa es gracias a su buen contenido alcohólico, y que, por el contrario, si baja más lenta y espesa es gracias a su mayor contenido en glicerina y azúcares. Así imagino yo a mi sirena favorita, con las lágrimas densas de su azucarada y líquida ambrosía. El rico caldo de su secreto.
Uf, y yo escuchando al Drogas con su ‘Animal caliente’ en mi bólido dorado, mientras callejeo la noche por esos barrios del puerto que se hizo ciudad, escalando las laderas hacia el valle de Aguere.
…Atrapado en la noche
vigilante de la oscuridad
sin decir adiós
frente al cansancio de no poder más
segura de sí misma
te utiliza para ganar
sin cerrar los ojos
déjate enamorar.
Como animal caliente
su lengua violenta tu boca
invisible caricia
dejate arrastrar por la noche...
Hace unos días también salió en la conversación otra clase de lágrimas. Una plática improvisada frente al anaquel de historia de estas islas y de su historia económica postconquista. Hablamos de la importancia de la pez en aquellos tiempos y de las industrias que los maestros pegueros supieron montar para extraer la preciada sustancia del corazón resinoso de nuestro pinus canariensis. Hablamos largo y detenidamente ante la curiosidad y el asombro del oyente. Y le contaba yo de cómo en las paredes de esas construcciones quedaban fosilizadas, en forma de lágrimas, pequeñas cantidades de esa sustancia resinosa y naturaleza ambarina, licuada por el efecto del cocimiento de los leños, pero que al enfriarse se volvía viscosa hasta solidificar completamente. No sé si por efecto del tiempo o de la propia constitución, esas lágrimas se habían tornado ahora de un hermoso color azabache. Unas lágrimas propias de un bosque quemado como éste. Sí. El recuerdo de un tiempo de frontera y depredación para construir un nuevo mundo. Así es, nada se crea ni se destruye sino se transforma, aunque quede atrás un rastro hermoso y siniestro; un rastro de lágrimas negras.
Y es ahora cuando recuerdo el compás de aquel texto que quería acompañar la imagen que tanto te gustó, y que decía: El tono pausado de tu respiración, el ladeo de tus senos entre las sábanas, tu sonrisa cómplice al despertar... en aquella mañana de lágrimas como perlas.
INVASORES
Hace 52 minutos
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