Hoy es un día que promete emociones fuertes. Sea cual sea el resultado, la emoción embriagará nuestras narraciones futboleras y nacionales. Dos grandes frustraciones asisten a la gran final; la de la eterna finalista, pero segundona al cabo, y la de la eterna aspirante, pero eliminada a las primeras de cambio. Dos historias entrecruzadas en el tiempo desde la época imperial y de los consabidos Tercios de Flandes hasta la última época de monarquía democrática con el talante de Johan Cruyff como articulador y aglutinante de la mejor evolución del fútbol en los dos países. "Estoy muy contento que estos dos equipos vayan a jugar la final... Pase lo que pase, gano yo" afirmaba Cruyff en la entrevista periodística de hoy, y lo de ex-Presidente de Honor "ya no tiene marcha atrás", sanjaba el 'Jefe'. Malas noticias para el Barsa, y malas noticias para la ciudad, después de la radicalización post Tribunal Constitucional. Volvemos a los tiempos setenteros del multitudinario paseo de Gràcia clamando Estatuto autonómico. Quien pensara que la marea roja resolvería todos los problemas cuasisegregacionistas de este país... Sin embargo, no es mala metáfora para un país que pretenda seguir unido, siempre y cuando no hagan caso de las lenguas viperinas instaladas en los aledaños de las moncloas centralistas, siempre que construyamos un país articulado, moderno y realmente democrático y plural, siempre que abandonemos definitivamente la caverna imperial y la de su contrario ombliguista y caciquil (auténticos complejos de inferioridad y superioridad). Lo dicho, muchas frustraciones y ambiciones convergerán en un solo partido, en un solo juego, pero por ello mismo fiel al espíritu de la historia hegeliana en su despliegue terrenal para solventar, finalmente, cualquier contradicción en la síntesis perfecta de lo devenido, de lo que ya no podrá ser de otra forma, en el aplastante decurso del tiempo y el deseo siempre ambiguo de trascendencia.
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