La referencia de Jesús, hace unos días, a los diarios de Malinowski publicados por la Editorial Júcar me hizo recordar al personaje y a la lectura fascinante de Diario de campo en Melanesia. Un libro que recomiendo siempre.
«Lucha entre la flojera y el deseo de liberarme. Finalmente me encontré yendo, pero muy desganado y apático. (…) Hice planes: cómo comportarme en Omar. [aquí posible errata de puntuación, y no de Herrar, sino de R. Castellano… ortodoxxxo, supongo] respecto del tabaco. Qué hacer, en qué trabajar, etc. Ideas sobre metodología de field work [trabajo de campo]. El principio fundamental de mi trabajo sobre el terreno: evitar simplificaciones artificiales. Con este fin, recopilar materiales tan concretos como sea posible; anotar cada informante; trabajar con niños, outsiders, and specialists. Take side lights and opinions [marginados y especialistas. Adoptar puntos de vista y opiniones laterales].» (fragmento del Diario de campo en Melanesia, Júcar Universidad, 1989).
Malinowski fue el padre de la moderna forma de hacer el ‘trabajo de campo’: estancia en el lugar, observación directa de los acontecimientos, sistematización de la información, el contraste de los datos desde distintas fuentes… En fin, todo un clásico dentro del género y, como tal, ejemplo a seguir. El resultado fue una serie de libros con el marchamo fuerte de lo científico, riguroso, objetivo y demás parafernalia académica sobre el estudio de los ‘otros’, de los ‘diferentes’ a los blanquitos y ‘civilizados’ occidentales. Tal afán, no quería otra cosa que superar las barreras de la parcialidad, la arbitrariedad y la subjetividad de los prejuicios, el etnocentrismo, etc., a la hora de entender el funcionamiento social de otras culturas.
Cuando tras la muerte de Malinowski aparecen entre sus papeles privados una serie de diarios personales referidos a sus estancias en Papúa/Nueva Guinea, y en 1966 se publican por primera vez, toda esa supuesta neutralidad científica del investigador con el objeto de estudio se vino abajo, suscitando los más acalorados debates. Sí, para algunos fue un duro golpe descubrir a un neurótico, hipocondriaco, arrogante y casi hasta racista investigador de las veleidades del Mar del Coral en Melanesia.
«Almuerzo; lectura de Kipling (muy pobre); luego, recopilación de información esotérica sobre el poulo y la waila —cada vez que incidía en cuestiones íntimas o de magia, tenía la sensación de que estaban contándome mentiras; esto me humilló. A las 6 enfilé hacia el sur para dar un corto paseo. Muy cansado y deprimido. Ni siquiera eché de menos Melbourne. Pensé en E.R.M. ¿Me sentiría feliz si ella estuviera aquí? Hice algunos ejercicios, y me puse a contemplar el cielo prestando especial atención a la Cruz de S. A la vuelta me puse a leer Maud River, e ignoré a los niggers.»
La cosa no quedó sólo en el escándalo puntual por el ídolo caído, sino que fue extensible a la propia disciplina antropológica y más de uno cuestionó la posibilidad siquiera de cualquier descripción ‘científica’ de las otras culturas. Aquello de: navegamos en paradigmas diferentes y cualquier acercamiento a alguno distinto del nuestro no será sino una forma de verlo desde el propio, es decir, de hacerlo inteligible a los axiomas ontológicos del nuestro. Si lográramos traspasar esa barrera cognoscitiva, convirtiéndonos al otro paradigma cultural para entenderlo completamente, ya operaríamos con otros principios y no podríamos ser comprendidos por los que todavía permanecen en su propio paradigma cultural. Esta irreductibilidad cultural no creo que sea tan drástica, pero lo que sí es cierto es que a partir del Diario de Malinowski esa inocencia científica, esa supuesta total separación entre objeto y sujeto, aquella alegría teórica y metodológica para una traducción fiel y transparente de esos universos significativos que llamamos culturas, ya no es posible mantenerla.
El Diario de Malinowski, sin embargo, lejos de lo que los más pesimistas vaticinaban, dio pie a una más compleja y enriquecedora disciplina que nos obliga a retratarnos con esa cámara especial de doble objetivo (pa no ponerme muy posmodelno), uno para el fotografiado y otro para el fotógrafo, y cuya imagen final es una foto caleidoscópica de múltiples caras y aristas en la que encontrarnos y reencontrarnos, unos y otros, sin solución final.
Ahí están, sin embargo, los perfiles caucásicos y discernibles de Bronislaw frente al 'primitivismo', al 'buen salvaje', a la 'negritud del otro', pasado y presente humanos, sujeto frente a objeto, exotización de unos hacia otros, etc. etc., señalando la jerarquización del mundo, la preeminencia de lo civilizado, etc. etc. ¿Contra eso seguimos luchando hoy? ¿Acaso hemos dejado de ser evolucionistas alguna vez? ¿Acaso hemos dejado de lado a la 'gran cadena del ser'? Me temo que no.
«Domingo, 31-3-1918. Último día del mes, completo colapso. Por la mañana no hice nada. Por la tarde, la mina de Dobu hizo su llegada; tomé fotos de la canoa y hablé con el policía de Saranoa. Subjetivamente: una situación general en la que necesito narcóticos (…) Terminé hacia las 12, y me sentía tan quebrantado y somnoliento (¿falta de arsénico?).»
Las apelaciones del Diario a la farmacopea de Malinowski es alucinante, no sólo por las sustancias y los principios activos, sino por la casi cotidiana montaña rusa: algo para subir, algo para bajar, algo para estabilizar, algo para combatir el exceso de subida, algo para combatir el bajón en demasía… Cuando en 1993 se organizó el VI Congreso de Antropología aquí, en la Universidad de La Laguna, se llevó a cabo una exposición en Icod titulada “Estancia de Malinowski”, una especie de homenaje al 'padre científico' y al lugar donde escribió su obra cumbre, Los argonautas del Pacífico Occidental. A la finca de El Boquín no llegamos a ir ese día (lástima), donde la hacienda en que residió para recuperarse en la isla de los desgastes del largo viaje al trópico, y donde redactó el importante manuscrito de Los argonautas. En la exposición, sí recuerdo que buena parte de las vitrinas alojaban una multitud de frascos y dosificadores con etiquetas sorprendentes: opiáceos como el láudano o la morfina, minerales tóxicos como el arsénico o los bromuros, cocaína, eméticos como el tartrato de potasio y antimonio… y no sé cuánto más. Cosas de la época… y, sobre todo, del espíritu inquieto y tremendamente hipocondriaco de Malinowski.
De la historia de amor… era para hacer una novela, más que sea de ciencia ficción (con permiso de García Rojas).
1 comentario:
Muy buen escrito amigo, lo cierto es que no hay que desbancar al pobre de Malinowski... después de todo se esforzó por contribuir a la disciplina, pero eso obviamente le iba a pasar factura... como apreciamos en sus diarios privados.
Publicar un comentario