Llegó jovial y encantada de la chiquillería playera que le rodeaba (pueblo pueblo). Tan
fashion y distraída entre risas y comentarios jocosos. Las olas caían dulces aquella soleada mañana de Viernes Santo y llamó mi atención al mirarla con el rabillo del ojo. Las coletas la aniñaban todavía, pero despuntaba ya miradas y maneras de adulta seducción. Ocuparon el pequeño trozo de playa vacío detrás de mí. Sus uñas, perfectamente esmaltadas de un rojo pasión, contrastaban con su blanca piel. Refulgían entre las arenas negras al agacharse. Dejó caer su bolsa de playa y extendió la toalla de vivos colores, pero seguía de pie hablando entre ellas. Yo leía boca abajo sobre mi estera, a ras de arena y a un metro escaso de distancia. Como buen lector liliputiense imaginaba el panorama agigantado hacia arriba. Y vi, de pronto, cómo a sus pies cayó vertical su chicle
doublemint, en un estertor de aromas afrutados. Y cómo el estilizado pie de pulcras uñas esmaltadas empujaba grácil y lentamente la arena, sepultándolo bajo el negro manto del olvido.
2 comentarios:
¿Y luego?
Lo siento J.C., si cuento lo que pasó después dejaría de ser un breviario. Aunque se agradece el interés.
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