martes, 3 de mayo de 2011

Nada nuevo en el platanal

Nada nuevo, esta mañana, por el callejón de los secretos a voces. Recorro lentamente las entradas y zaguanes, mirando a un lado y a otro, y nada. Tampoco nada nuevo esta mañana por mi barrio, tan solo los restos fatuos de alguna manifestación crucificada (esta ciudad es así). Me voy volando al bosquecillo de plátanos por los alrededores del Campus. Hermosas avenidas con amplitud suficiente para respirar esos aires nuevos y renovadores del conocimiento, cual valquiria cabalgante hacia el horizonte. Están hermosos los plátanos en esta época, el hermoso brillo de su reverdecer de hojas tiernas, casi recién brotadas después del duro invierno, con sus bellos matices y la textura de sus hojas hendidas. Vuelo más lejos aún, a los más bellos platanales que he visto, de grandes y hermosas copas que dejan casi en ridículo a los de este Campus que se enseñoreaban bañados en aires de sabiduría. Son los de Regent's Park cuando nos desviábamos de Chester Road, los de Hyde Park orilleando The Serpentine rumbo al Lido Café, son los de Cromwel Road o los de Victoria Embankment y tantos otros. Pero miento, los más bellos platanales los vi en otros tiempos, entre olores a guano y foferno, entre la podredumbre de troncos y badanas botados sobre la tierra húmeda, tiempos de aromas a clorofila y sabia mineral. Eran otra clase de platanales, sí, ya lo sé. Era cuando dispararon al pájaro negro y cayó muerto, así de fácil. Era cuando pescábamos carpas a escondidas hasta que nos fustigaron con nuestras propias cañas de pescar mientras corríamos ligeros y en desbandada por el platanal. Cuando recogíamos, colgadas de los paredones, las latas de aceite llenas de lagartos para echarles agua hirviendo y ver su desesperada salpicadura hasta perder las fuerzas. El dulce olor de la carne cocida hasta lanzar sus cuerpos inertes a la tierra de donde habían salido. Eran los tiempos de bajar a la costa a lapiar y tirar tambores a la mar en medio de la resaca. Ese estentóreo olor a bajío ya nunca me abandonará. Deslizándonos por los caminos viejos y escondidos entre los basaltos del platanal. Eran esos tiempos, y ya no sé por qué volé hasta allí. El aburrimiento de un jodido día sacralizado, supongo. Puro tánatos.

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