miércoles, 22 de junio de 2011

Nostalgias y códices

No es la primera vez que hablamos de ello. Anoche salió en las conversas de Atlantic City (casi siempre muy superiores a las previas, formales y radiofónicas) el tema de la nostalgia en relación con el nacionalismo. En ella yo propugnaba que el nacionalismo siempre se provee de esa clase de nostalgia, paradójica, de echar de menos lo no vivido, de construir esa falta. Es esa nostalgia autofabricada a partir de un paisaje idílico a medida y perdido en el tiempo. Tan fuerte puede llegar a ser esa evocación, y tan vívida su fantasmagoría, que genera en sus adeptos tan profunda nostalgia como fuerte es su deseo de alcanzar nuevamente tal estado de cosas, pues eso, perdidas. Naturalmente JMª me corrige y asevera que eso no es nostalgia verdaderamente, sino melancolía. Que no se puede tener nostalgia de algo que no has vivido. No sé, para mí melancolía son los cuadros de Munch, por ejemplo, es un estado existencial, una tristeza profunda y vaga ante el mundo, muchas veces demoledora si se instaura demasiado tiempo en las personas (caso de Munch). No tiene porqué haber en ella sentimiento de pérdida sino de incompletud, de desencanto o de incapacidad para el pleno disfrute. Seguramente esa nostalgia autocomplaciente del nacionalismo pueda dar lugar a un ser melancólico como expresión de la frustración por no encontrar la vía del paraíso nacional prometido, pero no acabo de ver que no sean cosas distintas o que no pueda darse esa clase de nostalgia de la que hablo. Es más, cuando acudimos a los principales autores que se afanaron en indagar sobre eso que llamamos el sujeto posmoderno, me acuerdo de ahora de Gilles Lipovetsky, casi todos coinciden en hacerlo con esa faceta nostálgica de un pasado que no conocieron, del que solo han tenido experiencia a través de los objetos materiales del pasado y de los espacios que los recrean, de ahí el enorme prestigio social que han adquirido en el coleccionismo, en el diseño, en museos, parques temáticos, etc. Es el aura de los objetos y espacios con pátina. Algo que, además, no solo tiene mucho que ver con el ocio cultural, sino también con las reivindicaciones étnicas e identitarias.
En fin, hoy solo alcanzo a dar esta breve pincelada de la tarde-noche de ayer. Pincelada marginal y oblicua, cuando el protagonismo estuvo en la poesía de Sergio Barreto o en la firma de los documentos fundacionales de unos 'Amigos de Israel' o de la composición audiovisual de Jesús Manuel. Pero qué le vamos a hacer. Demasiado calor, demasiada pesadez. Tiempos de sopor y modorra. Quizás, esta noche despierte en la puja vibrante de Ramallo por un viejo y secreto códice.

1 comentario:

Jesús Castellano dijo...

Aparte de Jung, que decía que losa pueblos (con perdón) siguen sufriendo las frustraciones y derrotas del pasado (eso decía),la palabra melancolía (gracias, viejo cuervo, por el libro de Munch, mi antecedente pictórico) me recuerda un chiste del pasado, que recuerdo con nostalgia: la criada oye que la señora le dice al amante que cuando no tal, sufre melancolía. Melancolía, esa palabra tengo que decçirsela a mi novio, piensa la criada. Cuando llega el novio, intenta recordar la palabra.
--¿Qué te pasa? ¿qué te ocurre? --dice el novio. Ella titubea y por fin contesta:
--Melancolao.
--Hija de... pos si te la han colao, vete a... --y se fue, y la dejó, sufriendo la alerta naranja,