domingo, 21 de agosto de 2011

Cotidianas de maresía y ventolera (iii)

Despierta la plaza de Las Tórtolas con sus arrullos matinales. El sueño se va con las primeras luces. Bajo al súper, desayuno bivalvo de pan y prensa. Anoche pies cansados de estar viendo firmes la Muestra de Folklore de los Pueblos. Allí, al borde de las escalinatas para tener mejor panorama del anfiteatro de la plaza de Los Príncipes. Sí, estamos en el pueblo de las plazas, los paseos y las playas, Roja, Galicia, Picacho, Jaquita, Los Martínez, Pelada, Las Tablas... Allí, cambiaba mi peso de un pie a otro para aliviar, pero nada, no había forma. Y el director del grupo mallorquín en plan pedagógico. El pueblo aplaude vigoroso, al encuentro de sí mismo en sus pluralidades más festivas. Pueblo de estas peñas, pueblos cosaco, boliviano, mallorquín… Pueblo horizontal o vertical, según se vea en su lozanía o en su raigambre. ¡Qué más da! Pueblo polícromo, representado, escenificado, coreografiado… La apoteosis y el esplendor en su infinita variación y todos a una en los aplausos. El momento de congraciar, de reconocerse, de sentir que somos algo más. El empalago gratuito de escuchar una y otra vez tradición, costumbre, modo de vida, rescate, salvamento, reconquista… Folk, folk, folk. El pueblo solo encuentra grácil los restos del naufragio, la tragedia cotidiana. Y yo cautivo de mi dolor… de pies.
‘El mar es una butaca de cuero con brazos de madera’, según el particular diccionario de “Canino”, la peli del griego Yorgos Lanthimos. –No te quedes de pie. Siéntate en el mar para charlar tranquilamente conmigo. –Decía la voz, a modo de parádima. El mar, me digo, era confortable ayer, mullido y fresco como nunca antes. Me abrazaba y protegía, pero al tiempo toqueteaba y su madera acuosa tomaba cuerpo. Sentía sus brazos y dedos sorprendiendo mi sexo, avivándolo, excitándolo… enervándolo. Me acosté en él y encontré sueños anacarados, filtrando riquezas de corrientes ajenas. Aquellas que traían aguas desvergonzadas del norte en su rumbo a los caribes, buscando ya tibiezas olvidadas. Alegrías de un mundo que ahora sólo recuerdo a través de esa pintura naif de la pared. Una apretada escena de mercado multicolor, con sus mujeres atareadas, con fardos a cuestas y puestos de frutas y verduras. Y dos camiones atrapados en el tumulto, un enorme Chevrolet rojo que lo llaman ‘Rambo I’ y un Ford azul llamado ‘Men Lavi Timal’. Rodeando al mercado, una línea de casitas de adobe con techos pajizos, al fondo, una escena de trópico con árboles y palmeras, mar en calma con barcas de vela fondeadas y grupos de gaviotas revoloteando, recortadas contra la gama de azules y ocres que se entremezclan tras unos cúmulos ingenuos y portentosos en la línea del horizonte. Entre el verdor de los árboles destaca el naranja de un gran flamboyán en flor, formando una extraña cara, el inefable lado siniestro del paraíso. Todo parece tan lejano.

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