Hablaban de una novela que aún no he leído, aún sin salir del horno, todavía cocinándose a fuego lento a este lado del Gran Canal. Ellos sí, el uno autor, el otro corrector. Y a mí qué, nos referíamos a otra cosa, a aquella novela en particular pero también a cualquier otra en general. En fin, lo normal, hasta que llegó un Espíritu Caristi y al buitre no le importó andar con carroñas de pepes y sanpepes. El argumento era de lo más chorra, pero no importaba, sólo quería bailar al son de labios carnosos acercándose al micrófono, prefigurando ansias de chupar la marimorena.
«¿Y cuál de esos personajes eres tú?» —preguntó con cierta vehemencia—. «No sé, supongo que algo de mí habrá en todos ellos. Aunque una vez me encontré con un escritor que decía que el personaje principal de una novela siempre es el lector». «Bueno, no sé, no creo que esté muy de acuerdo con eso». «Creo que se refería al hecho de que siempre escribimos para alguien». «Sí, de hecho a veces hasta se hace explícitamente como cuando el autor se dirige abiertamente al lector». «Ya, pero también puedes escribir para ti mismo». «En ese caso, ¿no crees que tú mismo te conviertes en ese lector, en ese personaje al que le cuentas tu historia y sin el que probablemente no tendría sentido escribir nada?». «Sí, quizás sea así, aunque no termine de verlo claro».
«Bueno no sé. El arte de aquellos tipos era evidente. Y yo en ese entonces solamente estaba preocupado por saber quién de mí mismo era el hombre-mosca: ¿Sinesio Fernández?. ¿Jeremías Santos?, ¿Raúl Policarpo?, ¿Juan Celes? ¿Quién de mí mismo era la víctima?, ¿Somares? Eso trataba de adivinar (a quién de mí mismo debía aniquilar para que mis días sólo estuvieran dominados por el 4, salir de una vez del 5) cuando me encontré aquella porcelana en mis manos, herida, una belleza triste como la señal de mi cielo, en el momento de nacer.
Yo de mujeres sabía poco. ‘Una vez ví una’ —me diría más tarde el effrit»
…Y todos ellos eran yo, me decía, mientras esquematizaba con el grafito en la blanca pared. Trazos de improviso, casi al salir por la puerta. Las flechas partían radiales desde un centro-eje, como un yo celeste y precopernicano. Como un sol refulgente que tratara de echar luz en todo aquello. Y sobre el sol, el sur (que era el norte), y bajo el sol, el norte (que era el sur). Así fue la jornada de ayer, marcada por el extravío y la pérdida de ojos cristalinos. Y la voladura del yo en mil pedazos. Pura telaraña de Puerto Santo.
INVASORES
Hace 3 horas
1 comentario:
ten cuidado que al tal buitre (cuervo en el espejo) se le indigeste la carroña. Y Pepe es preferible a Messi, aparte de lo que digan las defensoras del futbol femenino. no te equivoques, mamón.
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