miércoles, 15 de diciembre de 2010

Hay días

Hay días en que se acabó la magia. Nada, no hay nada extraordinario que contar. Sí, siempre hay cosas, cosas que suceden por ahí fuera y por aquí dentro, pero sin ganas de escribirlas... ¡Bah! Hasta que te dices -acordándote del viejo Bukowski- ¡a teclear!, que salga todo, que fluya y fluya sin pensar demasiado antes de que se haga la hora de ir al hipódromo y apostar por caballo ganador. Qué digo hipódromo, si aquí nunca ha habido nada de eso, ni siquiera peleas de gallos a las que acudir para participar de la rueda de la fortuna en medio de la sangre y el griterío. Sólo K. tiene prometido avisarme para la próxima velada en el cuadrilátero (el de verdad). Pero qué más da, a J. lo veo en su propia jaula de gallos, quíqueres y gallináceas varias. Sin embargo, a mí me hace falta el griterío, el entusiasmo, el apasionamiento desbocado que me saque de este coro de voces cotidianas. Las idas y venidas se suceden con pequeños temblores. A veces surje el espejismo y las cosas comienzan a estar claras, pero al cabo todo se desvanece en el aire. Sólo el rumor de las letras permanece fiel a sí mismo. Pequeños soldaditos de Salamina que alguna vez pensaron que la batalla estaba ganada. Que siga la farsa.

2 comentarios:

Jesús Castellano dijo...

A Lizundia: si es cierto que ernesto vivió como quería, pero hay ciertas cosas que como amigo no puedo decir y que a ella le atañe. vivió la más absoluta soledad, seguramente pasó hambre, porque pasamos hambre todos los que pasamos esa soledad, hambre de maigos y familia... alcohólicos somos todos los que probamos el alcohol, y yo no me escondo para decir que tomo alcohol, por un dolor sentimental, tal vez menos duro que el de Ernesto. Yo vi a ernesto tirar la toalla, y la impotencia me dominó. No pude hacer nada por un amigo con quien compartí muchos escenarios. Ernesto murió de soledad, como así morimos muchos, y lo que dije lo mantengo y lo mantendré todo lo que me quede de vida. Psdata: y ahora aparece usted,señora, a reinvindicar los derechos de su marido cuando lo condenó a la miseria, haciendo cosas que no debió hacer nunca. (Firmado: Orlando Cova).
Nota del copista: aquí tienes tu pelea de gallos, viejo.

Ramón Herar dijo...

¡Amén!