Pasó el viernes, pasó el sábado y a hoy domingo tan sólo le quedan un par de minutos. Pasaron los días y la casa verde sigue ahí, con sus figuras enigmáticas caminando por el zaguán. No paran, caminan despacio, como haciendo círculos. Algunos fuman, otros renquean de un pie, otros cruzan mejor sus abrigos (los aires de estos días van estando fríos), pero todos van ensimismados, no hablan entre sí, como autistas o zombies del final de una vida. Anochece. Desfilan las últimas nubes por el resplandor naranja de detrás, más allá de las montañas. Los eucaliptos mueven sus hojas lentamente. Triste saludo al mirón empedernido, al que siempre se asoma por la ventana a la misma hora, como queriendo entender algo de este mundo. Son esas sombras, que parece que emergen desde la caverna, las que lo alertan y lo sacuden... en el estertor del día.
2 comentarios:
y el estertetor de este día... ¿te acuerdas? La otra noche, en la tea del Infierno, mientras el austin de Adrián el gato nos esperaba como un perro por debajo de la Casa del Capitán, nuestro Charlín me preguntaba cómo era que yo dormía con una hetaíra a los trece años en la misma habitación. Me regaló un suéter nórdico de un cliente que tenía en Lanzarote. No me regalen nada siempre lo pierdo. Hoy le pregunté a mi padre cómo se llamaba aquella mujer. Mary. Se llamaba Mary. Se desnudaba frente al espejo del armario, y me miraba, con sonrisa que sólo hoy entiendo, y yo la miraba, con la boca abierta... Esto dícelo a Charlín. El resto de la historia, sólo para él. Dueños somos de nuestros silencios, y esclavos de nuestras palabras. ¡Viva la escolavitud!
OK, se lo comentaré en mi próximo encuentro con él. Mientras, date una vuelta por www.eldigitalsur.com y vete a los artículos de Antonio Núñez, especialmente a ese que se titula "Alguito cultural" (ver comentarios)
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