domingo, 30 de mayo de 2010
Goodbye Hopper
Me entero hoy en la tele, que Dennis Hopper murió. No tenía idea ni de que estuviera jodido. Justo la noche del viernes estábamos viendo una de sus películas emblemáticas, y a la que había hecho alusión, casualmente, en mi entrada anterior (la conseguí en dvd y hacía tantos años ya que la había visto que...). La mítica Easy Rider, dirigida por Hopper; con guión escrito también por él, por Peter Fonda y por Terry Southern; protagonizada también por Peter Fonda, por el propio Dennis Hopper, Jack Nicholson y Karen Black (sí, nombres muy conocidos ahora, pero en aquella época fue cuando se convirtieron en algo más que promesas). Además, en la banda sonora aparecen músicos tan singulares como Jimi Hendrix o grupos como The Byrds, Bob Dyland también llegó a colaborar en algo, ya no sé qué, sí, creo que a componer algunos versos de la afamada Born to Be Wild, con los Steppenwolf. En fin, una película de culto para muchos. Nosotros veníamos del Devizzio medio asustados con la crisis (Cristo, amigo y uno de los dueños, es economista y sabe de lo que va esto, hasta dijeron allí algo de 4 gatos). Como esto siga así, muchos proyectos y muchas ideas se van a ir pal carajo. Y ahora viene un mes completo de Mundial, otro paréntesis cultural casi obligado. Ya se lo advertí a Sonia, aunque el Faro... es mucho Faro. Bueno, pues como decía, vimos la peli a la vuelta del Devizzio, en la sesión golfa, hasta que ya nos quedábamos completamente ciegos y sordos por el ronroneo, la juana y las chinas. El sábado, encuentro con las huestes de Bertolucci en el espartano pero entrañable bar Pajero. Comimos luego en Casa Pedro bien aconsejados por Sonia. Menú gomero, potaje de berros, pescado frito, cerveza y café, a ¡nueve euros! La crisis al menos está sirviendo para algo. A Jesús lo dejé, más tarde, rumbo a San Andrés bajo la aleta del tiburón, territorio Calatraba, entre otros. No sé cómo le fue, pero cuando me volvía lo veo en la parada desconfiado por el botón de aviso para la próxima guagua, con su mochila roja y negra, y me acuerdo del cuento de Lunula. Pienso que tal vez debería olvidarse de la guagua y regresar caminando. Cuando se encontrara con El hombre del perro, seguro que le enseñaría algunas claves para descifrar los misterios de las llamadas de móvil y el del corcho vikingo.
viernes, 28 de mayo de 2010
Rollin’ & Tumblin’
En la autopista, de regreso del colegio de mis hijas, una Triumph Thunderbird me adelanta. La mítica moto de Marlon Brando en aquella película de Benedek, The Wild One (El Salvaje). Por lo visto, no era una moto que formara parte del atrezo de la película, sino que era su propia moto en realidad. Marlon (Johnny), el rebelde de las grandes bikers americanas, Benedek, el iniciador de esa clase de road movies, a caballo de máquinas a dos ruedas. Rebeldías de los 50 y los 60 para comerse al país entero en correrías sin fin y de libertad desbocada, quemando asfalto y convencionalismos. Los Ángeles del infierno en la carretera, perdón, On the Road. Los proscritos, los que se emborrachan, los que se drogan… la generación perdida, la contracultura. Peter Fonda gritando ante el juez carca sus inconformidades, su decálogo vital, su inocente paraíso terrenal; Dennis Hopper cruzando el país de lado a lado, que era como cruzar por toda la selva de valores conservadores e hipócritas. ¿Contra qué luchaban, qué buscaban, qué encontraron? Ya sólo queda una cierta estética, una cierta manera de brindarse al mundo, mientras el aire de la autopista nos refresca la cara y la mente en una dulce mañana de primavera. On the Road y al ritmo de los coches, de las colas, de los puentes, de los cruces, de las pitas, de las broncas, de los descuidos, de las vallas traicioneras, de las miradas cómplices con la chica del viejo descapotable. On the Road… On the Road… Y yo escuchando los viejos ritmos del Delta y las montañas, en el CD que me regaló Kiko el otro día. Blues antiguo de Little Walker y Baby Face Leroy, de J.B. Lenoir y Sunnyland Slim. Escuchando ese tema increíble, rotundo y atemporal, Rollin’ and Tumblin’. Sí señor, rodando y dando bandazos, así es la vida amigo.
jueves, 27 de mayo de 2010
Cólicos
Hoy estoy fatal. Mala noche entre la cama y el baño. ¿Algo de mi cesta de la compra de ayer? No sé, M. dice que es un virus que anda por ahí (sí, con patas, como en el chiste de Manolo Vieira). Demasiados regodeos con las cosas de comer, quizás me lo tenga merecido. Suena el timbre. Es el cartero con carta certificada del INEM. La abro y leo... Creo que me va a empezar otro retortijón.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Berenjenas con salmonetes
El blues de esta ciudad andaba hoy un poco alterado. Camino del Mercadona del hospital (ya sé que suena raro, pero qué quieren que les diga ¿de la rotonda de Las Mantecas? Pues nada, dicho está). Al llegar a la mencionada rotonda, el coche delante de mí que se mete sin ver a una moto que venía a toda leche, cual Ángel Nieto en los tiempos de Derbi Rabasa. Pííííí, el motorista casi se lo come, primero físicamente y luego en lo sonoro. Encendido como un salmonete. Los insultos me los ahorro. Sigo yo y cuando me acerco a la entrada del Merca… el conductor del coche que salía, viendo que yo no continuaba de largo sino que me metía, le da a la primera mientras todavía me miraba. Boom, taponazo al coche de delante suyo. Uf, entro y no miro mucho por si me pasa lo mismo a mí. Después de aparcar, un señor echándole la bronca a su mujer porque el carrito había descarrilado en las rejillas del alcantarillado, desparramando la mitad de la compra por el suelo. ¡Joder, cuántos altercados hoy! Me paso por la pescadería, entre otras secciones. La compra verdulero-frutera ya no la hago aquí. Ahora he descubierto el nuevo sitio de moda en mi barrio, Campo Verde. ¡Joder con el éxito de este Campo! pero no me importa hacer cola aquí. Nunca te aburres. El paisanaje es de lo mejor y la calidad/precio también. Por algo son las colas; no saben nada los de mi barrio. «¡Oiga, no se me adelante!» exclama una después de recuperar la posición al terminar de hurgar en un cesto de berenjenas. «¡Ay, perdone, es que yo pensaba…!» contesta la otra. «No, nada, no se preocupe, total una más o una menos…». «No, no, si quiere…». «Señora, aquí o se compra o se hace cola, no las dos cosas al mismo tiempo, ja ja» replico yo de confianzudo. La injerencia no estuvo mal, porque luego entablamos los tres larga conversación sobre la cesta de la compra y hasta me chivaron el par de cosas que no debía comprar allí. Y entramos en más confidencias contándome, incluso, lo que hacía la gente para comprar más cantidad por menos dinero en las pesas del Mercadona y de Alcampo. «Pero aquí nada, aquí mira cómo nos ponen en fila para pesar todo ellos. ¡Ja, éstos sí lo tienen claro!». Me temo que lo decía hasta con un deje de nostalgia. Nada, que mis vecinas son mucho a la hora de las cosas de comer. Hoy, revuelto de cebolletas con berenjena y unos salmonetes del Senegal fritos (a 9,60 el kilo). Lo que hay. Y lo del móvil con Jesús tampoco tuvo desperdicio, casi mejor que lo cuente él, sólo decir que una tal Elena y su novio se nos metieron de por medio en la conversación, y luego D. José Rivero diciendo que si eso era su nueva profesión (la de entretenedor de conversaciones cruzadas). ¡Qué mañana ésta!
martes, 25 de mayo de 2010
Esenin en Tijuana
Hoy el Bosque de Tijuana (el otro bosque) estuvo espléndido; ameno, serio, literatura, ideas, conversación, humor, novedades... El prefacio y el epílogo, con poesías de Sergei Esenin en la voz de Jesús, genial. Este capitán del buque tijuanero, siempre sorprendiéndonos con la mejor poesía. Mereció la pena estar hoy por allí, y estuve en un tris de no ir porque andaba atareado por esos sures, pero el capitán ya me tenía señalado si fallaba hoy. Menos mal que el esfuerzo mereció la pena. «Pero no hubo bronca», me dice Víctor luego en el bar. «Es cierto, y a Gladis siempre le gustó una dosis de querella para que no se caiga en una cierta sosería erudita o intelectual» le digo. Y es verdad que puede ser la gracia que tiene este programa; culto pero sin caer en academicismos, diverso, heterodoxo, libre, bullanguero, atrevido, actual pero sin dejar atrás referencias clásicas, divertido al menos para la tripulación… ¡Qué más se puede pedir! Comenzamos enredados con la presentación de la novela de Laureano y el debate de los tiempos verbales en relación con el suspense y la tensión. Luego siguió la grandeza literaria de los puntos suspensivos y de lo sugerido. Más tarde Jesús sacó el tema de los jueces y Víctor distinguía entre autocomposición (juez de mí mismo) y heterocomposición (el juez es un tercero). El primero dio pie para abordar el tema de la memoria, tanto individual como social (la memoria como juez de lo vivido), y el segundo dio pie a comentarios sobre la Ley de Violencia de Género y las declaraciones del juez Serrano (los nuevos anatemas, la definición histórica de lo excecrable). Total, programa que invita a continuar la próxima semana. Eso ya es algo.
domingo, 23 de mayo de 2010
Novedades, tiempos verbales y puntos suspensivos
El viernes pasado, muchas novedades en Agapea y aledaños, y muchos gatos y gatas. El oficio de escribir es siempre solitario, será por eso que estos encuentros se agradecen (egos aparte, que como las meigas, haberlos…). En primer lugar, novela de Laureano Lorenzo, Puñetera Casa; en segundo lugar, el nº 2 del volandero cultural La Gatera; y, por último, ejemplares del nº 24 de Lunula. De lo primero diremos que la presentación estuvo más animada que de costumbre, con intervenciones de un público que decía que había traído la tarea hecha. Aunque yo sé que a más de uno la lectura se le había atragantado después de unas cuantas decenas de páginas leídas. A Iván Morales, sin embargo, lo vi bastante complacido por la historia. Laureano empeñado en no desvelar algunas claves para no aguar la tensión narrativa. Respecto a esto defendía que el uso del presente para el protagonista era lo más indicado pues acentuaba la tensión y el misterio, pero no sólo para este caso, sino que ya lo generalizaba como principio universal. Uff, ahí ya comenzaron las disidencias y hasta José María defendió todo lo contrario, el pasado. Yo le comentaba por lo bajini a Antonio Núñez que para mí ni lo uno ni lo otro, que la tensión no es algo que dependa de tiempos sino de situaciones, es decir, de la puesta en situación con sucesos, acciones o lo que fuere. También se habló de palabrería soez en el protagonista, pero los ejemplos que se daban no me parecieron de tal calaña, tendré que leerla. En fin, polémica y debate. Hasta ahí bien. Aunque se repetía una y otra vez que el argumento de la novela no era sexual, pues justo de esa clase de epifanías es de lo que más se habló. Será por lo que a cada uno le toca. Será por eso que luego me compré uno, con garabato del autor y todo.
Estábamos en la tasca cuando me acuerdo del par de ejemplares de Lunula que me había traído Jesús (lo segundo). Los traigo del coche, uno para Kiko (prometido) y otro para Alberto (como corresponde) y así las conversaciones se mezclan y van de una novedad a otra. Demasiadas emociones juntas, quizás, pero así se dio la noche. Entre las conversaciones cruzadas se habla de polémicas y los puntos suspensivos (lo tercero)... Bueno, creo que lo de los puntos suspensivos ya han tenido suficiente explicación (que es lo que se me pedía) y el destinatario ya ha leído lo que tenía que leer. Suficiente con todo eso, al menos por mi parte.
Estábamos en la tasca cuando me acuerdo del par de ejemplares de Lunula que me había traído Jesús (lo segundo). Los traigo del coche, uno para Kiko (prometido) y otro para Alberto (como corresponde) y así las conversaciones se mezclan y van de una novedad a otra. Demasiadas emociones juntas, quizás, pero así se dio la noche. Entre las conversaciones cruzadas se habla de polémicas y los puntos suspensivos (lo tercero)... Bueno, creo que lo de los puntos suspensivos ya han tenido suficiente explicación (que es lo que se me pedía) y el destinatario ya ha leído lo que tenía que leer. Suficiente con todo eso, al menos por mi parte.
sábado, 22 de mayo de 2010
Entre Heródoto y Bauchau
Investigo sobre los personajes del cuento de Bauchau y aflora una historia real (wikipedia es acojonante):
Ciro II el Grande (circa 600/575 – 530 a. C.), rey aqueménida de Persia (circa 559 - 530 a. C.) y fundador del Imperio persa aqueménida. Sus conquistas se extendieron sobre Media, Lidia y Babilonia, desde el mar Mediterráneo hasta la cordillera del Hindú Kush, creando así el mayor imperio conocido hasta ese momento. El imperio fundado por Ciro mantuvo su existencia durante más de doscientos años, hasta su conquista final por Alejandro Magno (332 a. C.).
Ciro II era hijo de Cambises I de Anshan, de la dinastía aqueménida, y de Mandane, según Heródoto, hija del rey medo Astiages y de Aryenis, princesa del reino de Lidia. Esto le proporciona cierta legitimidad sobre los tronos de Media y Lidia. La residencia real de Ciro se situaba en Pasargadas, cerca de Anshan; no obstante es probable que ya se utilizase Susa, otro antiguo centro urbano de Elam, como capital alternativa.
Según una de las versiones presentadas por Heródoto, la esposa principal de Ciro era Casandana, hija de Farnaspes, un miembro de la familia real Aqueménida. El dato es con toda probabilidad correcto, ya que se ve en parte corroborado por la Crónica de Nabonido, a pesar de que ésta no menciona explícitamente de Casandana. La segunda versión, que afirma que la madre de Cambises era una hija del rey egipcio Amasis, debe ser considerada como un intento de legitimación de la conquista de Egipto por parte de Cambises (527 a. C.). Del mismo modo, es descartada la versión de Ctesias, según la cual la reina de Ciro era Amitis, hija del rey medo Astiages.
Casandana dio a luz a al menos dos hijos, Cambises y Esmerdis, y una hija, Atosa. Otras dos hijas, Artistona y una anónima, aparecen también en el relato de Heródoto, aunque no se conoce la identidad de su madre. Tanto Atosa como Artistona fueron sucesivamente consortes de su hermano Cambises II, del usurpador Gaumata y de Darío I; de este último también lo fue Parmis, la única hija de Esmerdis. Roxana, una consorte de Cambises mencionada por Ctesias, podría así mismo tratarse de una hija de Ciro.
Esta información final es, en cierto sentido, decepcionante. No hay nada de Diótima en la descendencia de Ciro el Grande, ni tampoco de su consorte griega. No fue posible, pues, ese encuentro entre lo dionisiaco persa y lo apolíneo griego que nos propone Bauchau, esa lucha vital entre instintos y raciocinios, entre pasiones y templanzas, entre vitalidades ancestrales y sofisticaciones civilizatorias. Todo producto de la ficción… Pero… ¡qué más da! ¿No fue acaso dichosa la escenificación cosechada? ¿No tuvo lugar ese encuentro prodigioso de lectura e imaginación? ¿No provocó sentimientos valiosos? ¿No fue agudo y penetrante el relato? Luego ¿a qué viene tanto alboroto por esa mezcla de realidad y ficción, como con aires de patraña y farsa? ¿No es esa la historia de la literatura? ¿No fue, entonces, su intensidad el verdadero logro?
…Y, sin embargo, esa intensidad no sería posible si no habla de lo real, es decir, que no resulte truculenta, forzada, artificiosa. Es, sencillamente, el jodido principio de la verosimilitud.
viernes, 21 de mayo de 2010
Como un miedo
Hoy subo a La Laguna otra vez (en tranvía, no quiero más problemas con los mantenedores del orden en su denodado papel recaudador). Nuevas gestiones en el INEM, trámites para nada, para que la maquinaria siga funcionando. Y para matar los tiempos muertos me traje el relato que estoy releyendo de Henry Bauchau, Diótima y los leones. Mi hija mayor se llama así, Diótima, y un amigo nos trajo este libro unos años después de que naciera. Me seduce su historia; de un clan familiar Persa, en el reino de Anshan, que lleva en la sangre una relación especial con el sentido de la vida, salvaje, ancestral, sangrienta, pero a la vez noble y elevada. El abuelo Cambises, su padre Ciro y ahora ella, Diótima, mantenían un ritual en el que todos los años daban caza a unos cuantos leones y llevaban a cabo toda una serie de danzas aderezadas por brebajes antiguos e incineraban los cuerpos de las fieras abatidas con gran respeto en grandes hogueras. La madre de Diótima era griega y mantenía una relación con la vida bien distinta, culta, refinada y amante de su casa, nada de cabalgaduras ni de matanzas. La lucha por hacer de Diótima dos mujeres tan diferentes, tuvo lugar tanto dentro como fuera de ella, pero la propia naturaleza dictaminó su camino. La historia sigue y no quiero terminar de reventarla con mi pequeño resumen. El caso es que después de saldar mis gestiones burocráticas, me apetecía un barraquito en el Época, lugar al que me gusta ir a media mañana, si me cuadra, y en donde sabía que podía seguir con mi lectura. Así fue, disfrutando, además, con la música del local; el piano, los toques rítmicos de platillo y del contrabajo, y la voz envolvente de alguna cantante negra americana, con la más pura cadencia del jazz que más me atrae. Y yo con mi cortado largo aromatizado y mi historia de hombres, mujeres y leones. Me encanta dejarme atrapar allí, en un rincón cualquiera. Saludo al viejo barman que conozco desde su época en la cafetería de la facultad de derecho. Hablamos de lo que hay (de lo que no hay, más bien), trabajo y dinero. Él es del Puerto (de la Cruz), siempre me he llevado muy bien con la gente del Puerto. Ese es mi triángulo perfecto en esta isla también triangular; Los Cristianos, San Andrés y el Puerto. Bueno, quizás haya otro triángulo por descubrir todavía. ¿Formarán ambos una peculiar estrella de David? Espero que no, pero nunca se sabe. De momento, Candelaria podría ser uno de sus vértices.
Me regreso ya al tranvía, pero en la parada compruebo que «hay bajada de tensión en el sistema» Así lo definió una mujer que se acercó por allí, pues, lógicamente, ni el servicio de megafonía, ni las pantallas informativas funcionaban en ese momento. Bajo por Delgado Barreto para coger la 014 en la parada del Campus. Todas las farolas estaban adornadas con carteles que anunciaban al Gran Circo Mundial. En ellos se veían a animales exóticos con sus domadores, como a la bella Reina Aurori, con traje de cuento de Las mil y una noches, cabalgando un elefante con adornos de lentejuelas doradas. En otro de los carteles aparece un gran ejemplar de león albino, flanqueado por dos tigres, uno de bengala y otro también albino o siberiano, vaya usted a saber. La imagen del león me conecta, evidentemente, con la historia que leía, pero su expresión de gato grande falto de fiereza más bien me defrauda.
Cojo la guagua que me deja a la altura de La Higuerita. Camino por la larga avenida que une este barrio con Las Mantecas y me sigo encontrando más carteles (¡qué despliegue publicitario! Ni cuando las elecciones). Ahora, sin embargo, me topo con una imagen nueva del melenudo león albino, esta vez un primer plano esbozando un gran rugido. Tampoco es gran cosa, pero quizás deba proponer a mi hija si quiere ir al circo este fin de semana. No es lo mismo que en el cuento, pero acaso también descubra alguna vibración ancestral.
En el camino alcanzo por su espalda a un hombre algo más bajo que yo, pero mucho más corpulento, como tres veces más ancho, y con una musculación natural poderosa (sin gimnasios). Lleva una pequeña bolsa plástica en la mano y avanza ladeando su cuerpo a cada paso. Al pasar por él nos miramos fugazmente, no era nada grotesco, pero tiene mirada de niño y me recuerda a Cuasimodo. Sigo y al pasar por la floristería oigo a una señora hablando con otras dos; su tono es amargado y exclama «¡Pero es que es mi hija!». Cada vida es una historia, una novela inabarcable, una lucha contra el universo en nuestro afán por ser parte de él. Quizás, todo esto tan solo sea una arbitrariedad, una mala jugada del destino, un farol en la apuesta de los dioses. A pesar de todo, nosotros seguimos creyéndonos algo. No sé qué, pero seguimos viendo leones por todos lados y eso seguirá sin dejarnos en paz. Ahora sin rituales, sin complicidades, sin sangre ni luchas. Como un miedo al vacío y la oscuridad.
Me regreso ya al tranvía, pero en la parada compruebo que «hay bajada de tensión en el sistema» Así lo definió una mujer que se acercó por allí, pues, lógicamente, ni el servicio de megafonía, ni las pantallas informativas funcionaban en ese momento. Bajo por Delgado Barreto para coger la 014 en la parada del Campus. Todas las farolas estaban adornadas con carteles que anunciaban al Gran Circo Mundial. En ellos se veían a animales exóticos con sus domadores, como a la bella Reina Aurori, con traje de cuento de Las mil y una noches, cabalgando un elefante con adornos de lentejuelas doradas. En otro de los carteles aparece un gran ejemplar de león albino, flanqueado por dos tigres, uno de bengala y otro también albino o siberiano, vaya usted a saber. La imagen del león me conecta, evidentemente, con la historia que leía, pero su expresión de gato grande falto de fiereza más bien me defrauda.
Cojo la guagua que me deja a la altura de La Higuerita. Camino por la larga avenida que une este barrio con Las Mantecas y me sigo encontrando más carteles (¡qué despliegue publicitario! Ni cuando las elecciones). Ahora, sin embargo, me topo con una imagen nueva del melenudo león albino, esta vez un primer plano esbozando un gran rugido. Tampoco es gran cosa, pero quizás deba proponer a mi hija si quiere ir al circo este fin de semana. No es lo mismo que en el cuento, pero acaso también descubra alguna vibración ancestral.
En el camino alcanzo por su espalda a un hombre algo más bajo que yo, pero mucho más corpulento, como tres veces más ancho, y con una musculación natural poderosa (sin gimnasios). Lleva una pequeña bolsa plástica en la mano y avanza ladeando su cuerpo a cada paso. Al pasar por él nos miramos fugazmente, no era nada grotesco, pero tiene mirada de niño y me recuerda a Cuasimodo. Sigo y al pasar por la floristería oigo a una señora hablando con otras dos; su tono es amargado y exclama «¡Pero es que es mi hija!». Cada vida es una historia, una novela inabarcable, una lucha contra el universo en nuestro afán por ser parte de él. Quizás, todo esto tan solo sea una arbitrariedad, una mala jugada del destino, un farol en la apuesta de los dioses. A pesar de todo, nosotros seguimos creyéndonos algo. No sé qué, pero seguimos viendo leones por todos lados y eso seguirá sin dejarnos en paz. Ahora sin rituales, sin complicidades, sin sangre ni luchas. Como un miedo al vacío y la oscuridad.
jueves, 20 de mayo de 2010
Cosas que pasan
Hoy no hay flash. En estos últimos días, tampoco. Atareado en mil detalles de la brega cotidiana, la inspiración se fue a la mierda. Hoy sólo recuerdo que estaba en Lemus en un paseo sin rumbo concreto, sobrevolando las novedades. Un placer sencillo mientras se me hacía la hora para visitar el INEM. ¿Tendrá que ver con las nuevas directrices de ZP? Recuerdo de pronto la entrada de JMª sobre Vasca cultura de altura y me entró curiosidad. La base de datos decía que había un ejemplar, pero que estaba alojado en las catacumbas de esta entrañable casa. Todavía me acuerdo de los tiempos en que te atendía Nico o Andrés, cuando eso ellos mismos eran la base de datos y todo se encontraba como por arte de magia. Eran los tiempos en que venía el Caféconleche por allí, a cantar sus últimas creaciones poético-filosóficas. Una delicia. «Uff, para esto voy a tardar un rato en encontrarlo» Me dice. «No, no importa, mientras me doy una vuelta por los expositores (de hecho eso era lo que tenía pensado hacer)». Más tarde estoy con una guía de Londres en la mano admirando sus recorridos… y, de pronto, oigo a una clienta que al entrar dice no sé qué de la policía y la grúa. ¡Joder! Y salgo pitando por si me había tocado a mí. Uff, era el coche que estaba justo delante del mío. Me acerco y compruebo que todavía no me habían puesto multa alguna. Nada, me llevo el coche de allí pero el policía me mira atravesado. Yo me disculpo con un gesto (¿me escaparé de la multa?). Cuándo se me quitará la fea costumbre de bordear siempre las leyes de tráfico ¿o será pura necesidad de supervivencia? De regreso, me dicen que nada, que no hay manera de encontrarlo. Ya ves, JMª, tu libro no sólo está en Yale sino también perdido entre los anaqueles del tiempo. Qué fatalidad. Tendrás que reponer existencias o perderás lectores. No es por nada, pero Yale me queda un poco a tras mano.
lunes, 17 de mayo de 2010
Lunula Incorregible
REVISTA LUNULA, Nº 24 (2010). PUBLICACIONES DEL ATENEO OBRERO DE GIJÓN http://www.ateneo-obrero.org/
Índice:
10 TIMON SEIBEL “Jonás, Poefeta en Nueva York, un drama poefético en seis cuadros”
24 FRANCISCO JAVIER AVILA “De la muerte en verano. Extractos”
28 NURIA CUBAS “Bonnie and Clyde”
34 LIBERTAD KAISER “Borradores”
38 PABLO MATILLA “La palabra”
42 SOFÍA CASTAÑÓN “Skopje’s disorder”
45 ÁLVARO ESCRICHE “Montaje”
46 VICENTE GARCÍA “Poemas”
50 MIRANDA GRACE “Presente indicativo del verbo amar”
53 KARLOTA ARBIZU “Poemas”
56 JORGE GARCÍA COLMENAR “Discurso acerca de la alegría o la tristeza de la vida de dos peces de pecera”
58 FRANCISCO VALERO “El arte de los perros”
62 ROSARIO HDEZ. CATALÁN “Chernobil, paraíso natural (fragmento)”
66 ISAAC DEL VALLE “Monólogo. Contra la poética en segunda persona”
72 LIBERTAD KAISER “Falange & No”
76 SIBISSE RODRÍGUEZ “Poemas”
80 JOSÉ RAMÓN ALARCÓN “de Lupanario (o Mediodía del Matarife)”
84 XUAN CARLOS CRESPOS “Malpaís. La Muerte y la Doncella”
88 MIRANDA GRACE “El amor, la muerte, la luz”
90 CHUS MATOS “Juegos de seducción”
94 ANTONIO ARROYO SILVA “Elementos del quicio”
“MIS MEMORIAS” (Carpeta)
96,99,111 MARCELINO MARICHAL “Mi colección de vidas: ratón, mono, burro”
97 JUANA MUNUCE “Memorias de una viuda”
98 PILAR POMARES “I’am”
100 RAMÓN HDEZ. ARMAS “El hombre del perro y otros territorios”
109 JOSÉ Mª. LIZUNDIA “Las tramas de la memoria”
112 ÁNGHEL MORALES “Desde el Meridiano Cero… hacia el puto mundo”
Apagando fuegos
Lunes postTete. No me apetece hablar del tema, para eso ya está la cacofonía funcionando a tope desde primera hora de la mañana. Sólo es un sueño más, que acabó en derrota ¿Te suena de algo? Preferiría hablar de Lunula, que ya nos llegó su nueva entrega de 2010, pero seguramente comentaremos cosas el martes en el Bosque de Tijuana (La Puerta), Radio Unión Tenerife. Mejor, pues, hablar del incendio que tuvimos ayer en la trastienda de nuestras casas, por aquí, en la frontera de La Cuesta con el Campus Universitario. Hay quien le encanta ver maniobrar a las excavadoras y a los camiones, y se pasa horas y horas deleitándose con sus desenvolvimientos de desmonte. Hay quien se pasa, igualmente, mucho tiempo en las cercanías de los aeropuertos mirando las operaciones de aterrizaje y despegue de los aviones. Hay también, quien se maravilla con el fuego, con su despliegue, su evolución en la quema de rastrojos y ramajes, en la combustión de toda clase de deshechos y haciendas de los márgenes urbanos, en esas piezas de ciudad todavía libres de hormigón. Eso fue lo que ocurrió esta vez. Dicen que unos niños se empeñaron ayer en prenderle fuego al trozo de sabana que me encontraba felizmente todas las mañanas, frente a mi ventana de la cocina, mientras preparo los desayunos. Ahora el paisaje es distinto, me recuerda a aquel reportaje televisivo que vi sobre los aborígenes australianos prendiéndole fuego, también deliberadamente, a su sabana y cómo eso favorecía, paradójicamente, la regeneración de la vida en esas tierras. Tanto es así, que los actuales guardas forestales de ese parque natural han debido aprender también esas viejas técnicas ancestrales para garantizar el mantenimiento de la diversidad biológica allí. No sé si éste será el mismo caso (a no ser que convengamos en considerar a los chicos como aborígenes), pero al menos sirvió para embelesarnos con el despliegue de los bomberos en medio de las llamas, arrastrando sus mangueras ignífugas por los suelos calcinados, con sus fuentes refrescantes triunfando frente a las llamas, con sus atuendos casi de caballeros de época. Hasta yo mismo me convertí en uno de ellos defendiendo mi pequeño jardín okupa, en la trasera de mi casa, con mi pequeña manguera doméstica blandiendo mis risibles armas para mantener el fuego a raya, mientras los verdaderos bomberos se ocupaban de fuegos mayores. Al final me animé a ir por donde estaba uno de los camiones cisterna y allí comencé a hablar con un ávido espectador de aquel escenario. Era pescador, y para sacar una titulación contraincendios que le exigían, había estado un tiempo de maniobras con los bomberos voluntarios. Él fue quien comenzó a explicarme cómo distinguir por el color de sus cascos a los profesionales de los voluntarios, y de las pautas que estaban siguiendo contra el fuego. Yo le digo de las broncas que han salido en los medios por las reivindicaciones laborales de los bomberos voluntarios, a lo que él me va poniendo cumplidamente al día en antecedentes y de los piques que todavía se tienen unos y otros. Son como una pareja mal avenida, que vive en la misma casa y usan los mismos espacios, pero no se hablan. Parecería hasta gracioso si no es por la preocupante descoordinación que seguramente se daría en situaciones realmente peligrosas. «¡Ves! Lo que te decía ¿No oíste lo que le decían los voluntarios por la emisora a aquél profesional de allí?» «No, no» «¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza! Le decían que si no tenían agua, que podían enchufarse a la de ellos. ¿Y qué hizo el otro? Arrimarse al árbol para que no lo vieran y decir a sus compañeros que no con los brazos. ¡Qué vergüenza! No tendrían por qué estar así con los pibes, que lo único que hacen es estar ahí porque les gusta. Ellos hacen exactamente lo mismo que hacen los profesionales, pero claro, no cobran como ellos, sólo por los actos de servicio, mientras que lo de ellos es fijo, haya o no haya incendios. Se la tienen jurada ¡Qué vergüenza! Esto deberían regularlo de alguna manera. Esto sólo pasa aquí, en otros países no hay profesionales, sólo voluntarios porque los profesionales salen muy caros. Pero aquí ni lo uno ni lo otro, sino los dos. ¡Hay que joderse!». Y yo, como pequeño e improvisado bombero voluntario, no dejé de darme por aludido. Con el pan de nuestro trabajo hemos topado... Hasta que haya algún muerto, supongo.
sábado, 15 de mayo de 2010
El flash
La verdad es que nunca pensé que la fotografía y la literatura se parecieran tanto. Sólo necesito un flash para que las cosas salgan adelante. Pero si no aprovechas ese impulso, lo más probable es que nunca lo escribas, casi sin segunda oportunidad, como en la fotografía. La otra noche soñé con un cuento intrigante, lleno de fuerza. El cuento se reinterpretaba hasta tres veces desde perspectivas distintas, formando un bucle perfecto y caleidoscópico. Pero notaba cómo las claves se me escapaban a medida que se desarrollaban los argumentos y fui consciente de que o me despertaba en ese momento y me ponía a escribirlo o iba a ser imposible hacerlo después. Así fue, y mi cuento se difuminó en las oscuridades de mi subconsciente. Tal vez algún día vuelva a aflorar de nuevo, pero lo dudo. Tal vez lo haga y yo tampoco me levante a escribirlo. Una vez me incorporaba a la autopista en dirección hacia el norte, a la altura del Hospital Universitario. Era temprano, una mañana extraña con una lluvia muy fina y niebla rastrera bajando desde La Laguna. A pesar de todo, el sol trataba de meter algunos rayos y todo tenía un aura especial. Fue cuando vi una imagen insólita, una bella imagen para ser fotografiada si no fuera por las prisas y porque no llevaba cámara alguna. Las paredes de hormigón mojadas tenían un brillo metálico, más bien toda la atmósfera era metálica, y entre las nieblas un árbol seco, con todas sus ramas peladas, pero donde se habían posado varias decenas de tórtolas. Apenas se divisaban sus detalles, solo el perfil grisáceo que dibujaban, casi como un contraluz. Justo detrás, el lateral de una casa, al pie de cuyos muros habían varias buganvillas espléndidas, frondosas, con flores de colores intensos, naranjas, amarillos y violetas. La composición era de una armonía perfecta y siempre quedó en mi retina de fotógrafo. Pasaba por allí muchos días, y comprobé que la bandada de tórtolas seguía acudiendo a dormir allí todas las noches. Por un tiempo albergué la esperanza de poder sacar aquella fotografía y hasta solía llevar la cámara en mi coche. Las tórtolas no siempre se disponían de la misma forma cada vez, repartiéndose entre las ramas y el muro de las buganvillas. No era lo mismo. Días más tarde, uno de los gajos del árbol terminó por ceder y caerse al suelo, perdiendo su equilibro visual, y otra mañana encontré que el dueño de aquella casa había podado completamente las buganvillas y ya no había flores, ni ramas, y hasta las tórtolas terminaron por dejar de aparecer por allí. Y fui testigo de cómo mi fotografía deseada se descomponía a pedazos y comprendía lo absurdo de preparar la cámara cada mañana, al salir a mi trabajo. Igual que con los textos que escribo, si no me pongo al momento, vuelvo a tener la misma sensación de descomposición, de instante irrepetible. Esta mañana tuve otro flash, mirándose al espejo, como en la cabecera del blog de jramallo. Por fortuna me senté al ordenador… y así salió esta nueva entrega para este bosque que, tras la derrota, trata de volver a la vida... otra vez.
viernes, 14 de mayo de 2010
Otros 'Bosques Quemados'
Este mundo es realmente extraño; indago y, más allá de las noticias de sucesos, encuentro otros bosques quemados. Con éste me identifico, “Una noche en el bosque quemado”, y por eso paso a alojarlo aquí también. Si pudiera lo convertiría en la banda sonora de recibimiento a este blog. Esta herramienta es fantástica, se nota que la acabo de descubrir (bueno, me lo chivó el Kiko). Aunque no debería abusar de ella, si no esto se convertiría en un mero apéndice tematizado de ese magnífico invento que es youtube.
jueves, 13 de mayo de 2010
El Monterrey
Me pide Jesús que ponga una antigua imagen de San Andrés (impresionante), pero antes me topo con un audiovisual sobre este mismo pueblo, que no tiene desperdicio. Lo veo/oigo y me viene a la cabeza el Monterrey de Ferni, con su sincretismo de Caribe isleño. Si miras atentamente a los estantes de las botellas, a los expositores y hasta al grifo de la cerveza, encontrarás detalles totalmente personales. Lástima que ya no esté el altar de María Lionza y la Reina del Mar, entre números de lotería y botellas de Chivas y Johnnie Walker con más de 12 años. Lugar de ron-roneo sin par, siempre abastecido de Aldea. Una noche después de fijarme en la colección de naifes canarios de la esquina y que Ferni nos enseñara su florete cuya hoja procedía de un pez espada cogido por aquí, le dije a Jesús: «Joder, este lugar es de carne y hueso a donde quiera que mires. No hay nada de cartón piedra. Todo es real, con su pequeña o gran historia detrás».
miércoles, 12 de mayo de 2010
Putas gallinas
Esta mañana llovía en La Laguna. Llevaba a mis hijas al colegio en medio de la marabunta de vehículos ocupados en llegar cuanto antes a sus destinos. En la autopista voy detrás de un camión de gallinas, cientos y cientos de pequeñas jaulas de plástico, apiladas hasta lo más arriba para aprovechar el viaje. Llovía y pensé «Pobres gallinas, mal día para viajar así, casi a descubierto». En eso pensaba cuando me desvío hacia la rotonda del Padre Anchieta, todavía en paralelo a la autopista. Al hacerlo nos quedamos a la par con la carga de gallinas, pero, según avanzaba por este carril, nos íbamos quedando cada vez más altos con respecto al camión, hasta ver la parte alta de la montaña cúbica de jaulas. «¡Mira, una gallina!» grita mi hija. «¿Una, serán mil y una?» pienso. Miro de nuevo y veo que una de las jaulas de arriba se había abierto y una de las gallinas se había salido fuera. A duras penas se agarraba con sus patas para no ser llevada por los aires y soportando como podía aquella fina lluvia lagunera. Y pienso en que todos vamos igual de enjaulados por esta vida, como gallinas al matadero. Sin saberlo. Y pobre de aquél que se eche fuera de su jaula para embriagarse de una falsa libertad; tullidos como estamos de tanto tiempo enjaulados; ateridos por los fríos nubarrones que se ciernen en la distancia; amordazados por la autocomplacencia y nuestros pequeños cálculos de ombligo; esperando que este camión nos conduzca, sin más, a dulces granjas donde disfrutar mejores días. ¡Qué ilusión!
domingo, 9 de mayo de 2010
Chaxiraxi (Ombligos Culturales-VII)
El comentario de Jesús a la anterior entrada me recuerda que La imagen de Chaxiraxi también está por hacer. El asunto es serio. No sé en qué han estado pensando estos nacionalistas (¿culturales? ¿políticos?) de pacotilla. Con sus asunciones de nacionalismo de izquierda, algo imposible por contradictorio (JMª y yo ya hemos discutido algo de eso y estamos de acuerdo), todavía no se han dado cuenta de que si hay algo para dar solidez a sus planteamientos eso es la religión. Nacionalismo, fe, religión, vísceras, patrias, banderas, sangre… ¡qué más da! Chaxiraxi al poder. Algo de eso aparece en la novela de Javier Hernández, La identidad fragmentada, pero la historia "real" es mucho más fuerte, más profunda, más sugerente. Un pozo simbólico de donde beber cantidades a raudales. Pero no, ni una sola representación de Chaxiraxi (tan distinta) he visto nunca para llevársela a casa o al salpicadero del coche por un módico precio. Sí las hay, a millones, de la imagen actual, la popular morenita, pero devaluada de raigambre ancestral. Y la gente (el populum) es muy devota en eso, pero nunca se han preocupado de rescatar a la diosa primitiva, a la que sí adoraron los guanches, con su energía antigua, sostenedora del universo, fuego primigenio y trascendente que representa su candela, luz de vida y clarividencia... Si hay una explicación para que el nacionalismo canario no arraigara aquí masivamente desde el XIX, creo que también puede estar relacionada con esto mismo. Y la desaparición física de la propia imagen en el huracán del 7 de noviembre de 1826, algo tuvo que ver en eso. Justo al tiempo en que el volksgeist alemán se fraguaba. No hay nada más hondo y arrebatador, original y originario, oriundo, vernáculo, indígena… al mismo tiempo que actual y contemporáneo, vívido y vivido. Sólo hay que tender un puente simbólico en el reverso de lo católico. Los tiempos están para eso, así lo entendí cuando ayer me encontré con semejante caterva imaginaria. O quizás… todo ha sido un mal sueño. ¿Un sueño cultural o político?… Tampoco lo sé. De momento, prefiero el sueño futbolero del Tete, igual de imposible, igual de arrebatador, igual de ombliguista.
sábado, 8 de mayo de 2010
Buscando al santo de mi devoción
Esta mañana mi hija tenía partido de baloncesto. Repartimos tareas y a mí me tocó ir a Candelaria, donde era el encuentro baloncestístico. Las Juventudes Laguneras ganaron al Uni santacrucero por 41-27. Buena revancha después del anterior encuentro disputado entre ellas.
En los prolegómenos, me doy una vuelta por la villa mariana. Por la calle principal que va a la plaza y la basílica, busco un estanco para comprar la prensa. Quiero entretenerme con los comentarios sobre el Tete para el partido de esta tarde. Jesús me dijo que iba a ir, y yo, al final, no voy a poder estar allí, otros deberes inexcusables me llaman. Mientras camino por esta calle de Obispo Pérez Cáceres, me encuentro con un establecimiento imposible de dejar escapar. Es La Casa de las Imágenes “Donde encontrar el santo de su devoción”. No es lo que buscaba inicialmente, pero entrar aquí fue todo un descubrimiento. Estanterías y vitrinas abarrotadas de santos, vírgenes, colgantes, estampitas, velas para todas las necesidades espirituales: la verde para la esperanza, la marrón para la generosidad, la azul para la armonía… ¡Qué sé yo! Olía a sándalo y a pesar de la aglomeración beata, la atmósfera me resultaba recogida y mágicamente kitsch. Busco una imagen de la primitiva Candelaria, la vieja Chaxiraxi. No, no la encuentro por ningún lado, sólo la representación más reciente en sus múltiples formas y soportes. En varias de ellas aparece una etiqueta que pone “Especial para exteriores 650€”. Doy la vuelta a los primeros expositores y me encuentro entre budas y otras representaciones que desconozco. Bueno sí, me fijo, muchas son cubanas y venezolanas. Allí veo, en un estante donde pone “Serie económica”, a Las tres potencias: el indio Guachipuro, el negro Felipe y, en medio, a la reina María Lionza. Magnífica pieza, aunando a las tres fuerzas en una base común. Por otro lado, veo los bustos de Don Juan del Amor y de Don Juan del Dinero; más allá, Pombagira, una reina desnuda en su trono, con capa y corona. Luego, Exu Brasa y Exu Trancarva, diablos de piel roja. La mezcla de divinidades parece no tener fin. En la vitrina contigua, toda una serie de ungüentos de baño y despojo, contra el hechizo y el mal de ojo, luego el Niño de Atocha y la Diosa del Mar Yhemanjha, con su hermosa figura en ceñido traje azul, con estrella en la cabeza y unas pequeñas bolas en las palmas de las manos ¿perlas? Sigo y veo varias imágenes del santo Hermano Pedro y también a San Lázaro con sus muletas y heridas lacerantes. Otros santos y vírgenes se suceden en abigarrada disposición, San Jorge luchando contra el dragón, San Miguel poniéndole un pié en la cabeza a un diablo, curiosamente con cara de benehaorita, bustos de José Gregorio con etiqueta en la base que pone “Siervo de Dios”, la virgen de la Caridad del Cobre “Patrona de Cuba”. Después, una sección dedicada a Los Arcángeles, da inicio a los expositores de “Imaginería fina”. Ahora los precios ya tienen cuatro cifras. También me encuentro a San Andrés “Bendito”, Patrón y protector de las bodegas… y su miniatura me la llevo para ponerla en el salpicadero del coche.
En los prolegómenos, me doy una vuelta por la villa mariana. Por la calle principal que va a la plaza y la basílica, busco un estanco para comprar la prensa. Quiero entretenerme con los comentarios sobre el Tete para el partido de esta tarde. Jesús me dijo que iba a ir, y yo, al final, no voy a poder estar allí, otros deberes inexcusables me llaman. Mientras camino por esta calle de Obispo Pérez Cáceres, me encuentro con un establecimiento imposible de dejar escapar. Es La Casa de las Imágenes “Donde encontrar el santo de su devoción”. No es lo que buscaba inicialmente, pero entrar aquí fue todo un descubrimiento. Estanterías y vitrinas abarrotadas de santos, vírgenes, colgantes, estampitas, velas para todas las necesidades espirituales: la verde para la esperanza, la marrón para la generosidad, la azul para la armonía… ¡Qué sé yo! Olía a sándalo y a pesar de la aglomeración beata, la atmósfera me resultaba recogida y mágicamente kitsch. Busco una imagen de la primitiva Candelaria, la vieja Chaxiraxi. No, no la encuentro por ningún lado, sólo la representación más reciente en sus múltiples formas y soportes. En varias de ellas aparece una etiqueta que pone “Especial para exteriores 650€”. Doy la vuelta a los primeros expositores y me encuentro entre budas y otras representaciones que desconozco. Bueno sí, me fijo, muchas son cubanas y venezolanas. Allí veo, en un estante donde pone “Serie económica”, a Las tres potencias: el indio Guachipuro, el negro Felipe y, en medio, a la reina María Lionza. Magnífica pieza, aunando a las tres fuerzas en una base común. Por otro lado, veo los bustos de Don Juan del Amor y de Don Juan del Dinero; más allá, Pombagira, una reina desnuda en su trono, con capa y corona. Luego, Exu Brasa y Exu Trancarva, diablos de piel roja. La mezcla de divinidades parece no tener fin. En la vitrina contigua, toda una serie de ungüentos de baño y despojo, contra el hechizo y el mal de ojo, luego el Niño de Atocha y la Diosa del Mar Yhemanjha, con su hermosa figura en ceñido traje azul, con estrella en la cabeza y unas pequeñas bolas en las palmas de las manos ¿perlas? Sigo y veo varias imágenes del santo Hermano Pedro y también a San Lázaro con sus muletas y heridas lacerantes. Otros santos y vírgenes se suceden en abigarrada disposición, San Jorge luchando contra el dragón, San Miguel poniéndole un pié en la cabeza a un diablo, curiosamente con cara de benehaorita, bustos de José Gregorio con etiqueta en la base que pone “Siervo de Dios”, la virgen de la Caridad del Cobre “Patrona de Cuba”. Después, una sección dedicada a Los Arcángeles, da inicio a los expositores de “Imaginería fina”. Ahora los precios ya tienen cuatro cifras. También me encuentro a San Andrés “Bendito”, Patrón y protector de las bodegas… y su miniatura me la llevo para ponerla en el salpicadero del coche.
viernes, 7 de mayo de 2010
Pupilas
Nada que mencionar hoy del Mercadona. Compré una sama para asar al horno, no muy grande, calculando que diera para dos raciones. Todavía tenía sopa de marisco de la que había hecho el día anterior. Nada extraordinario, con almejas del Pacífico y gambas de las marismas de Kerala, al sur de la India. Todo muy oriental, empaquetado y globalizado. Las papas tampoco eran de aquí, de Israel, creo. A lo que hemos llegado. La sama parecía fresca, veo el brillo de sus pupilas, pero tampoco me extrañaría que fuera de Senegal o así. Lo que sí creo que fuera de aquí es la bandeja de doradas; hermosas, fresquísimas y ajauleadas. Prefiero la samita africana.
Dejo las cosas en casa pero me acuerdo de que tenía que hacer un ingreso en CajaCanarias. Vale, así aprovecho y compro unos gajos de albahaca para rellenar la tripa del demersal. La oficina que me pilla de paso para conseguir la yerba aromática está hasta los topes, y sin numerito que te permita sentarte mientras esperas. Circulo en busca de otra, subiendo para La Higuerita veo sucursal y aparcamiento. No me lo pienso dos veces. Cuando entro me dirijo a la maquinita expendedora de números. Joder, C-181, miro a la pantalla y veo C-159. Uff, tomo asiento con desgana y espero a ver el ritmo que lleva aquello. Las caras de la gente siempre serias; el sonido de las impresoras matriciales le dan a la estancia su necesaria impronta sonora; dos se enseñan mutuamente sus tickets y hablan con gesto preocupado. El tiempo y los dineros no están para juegos. Más allá, hay una chica morena de pelo corto y blusa blanca de asillas. Su hombro y antebrazo derechos lucen un conjunto de estrellas y motivos florales tatuados. Muchos no están terminados, sólo perfilados, como a medio hacer, no sé si por falta de dinero o de tiempo. Sólo la miro brevemente, no quiero que piense… Vuelvo a mirarla (creo que es lo único que me interesa de este paisaje inquieto y hosco). Lleva pantalones cortos y cruza sus piernas, destacan sus pies con sandalias romanas negras, a la moda, luciendo uñas con un impecable lacado rojo. El contraste de colores y el conjunto es armónico. Creo que se incomoda y se levanta para dar una vuelta a ver si pasa el tiempo más rápido. Veo ahora su espalda y por debajo de los hombros siguen los tatuajes. A la izquierda, y en negro, una especie de hoguera con pies hacia los puntos cardinales. No sé qué puede significar. Hacia el cuello progresa toda una retahíla de pequeños signos de grafías exóticas. Todo un libro abierto, aunque cabalístico. Dejo de mirarla y veo otra vez mi reloj y calculo: número de clientes y tiempo transcurrido. No me salen las cuentas. Bueno, siempre hay una probabilidad de que algunos se hayan cansado y no se vayan a presentar cuando les toque, pero aún así… Todavía hay que preparar el pescado y su guarnición, meterlo todo al horno… No no, esto no me sale a tiempo. De pronto, la chica de los tatuajes pasa de largo hacia una de las ventanillas y yo me levanto para marcharme de allí. No me dio tiempo de mirarle a los ojos, qué torpeza, me hubiera gustado saber qué signos llevaban sus pupilas… de camino a la ventanilla número tres.
Dejo las cosas en casa pero me acuerdo de que tenía que hacer un ingreso en CajaCanarias. Vale, así aprovecho y compro unos gajos de albahaca para rellenar la tripa del demersal. La oficina que me pilla de paso para conseguir la yerba aromática está hasta los topes, y sin numerito que te permita sentarte mientras esperas. Circulo en busca de otra, subiendo para La Higuerita veo sucursal y aparcamiento. No me lo pienso dos veces. Cuando entro me dirijo a la maquinita expendedora de números. Joder, C-181, miro a la pantalla y veo C-159. Uff, tomo asiento con desgana y espero a ver el ritmo que lleva aquello. Las caras de la gente siempre serias; el sonido de las impresoras matriciales le dan a la estancia su necesaria impronta sonora; dos se enseñan mutuamente sus tickets y hablan con gesto preocupado. El tiempo y los dineros no están para juegos. Más allá, hay una chica morena de pelo corto y blusa blanca de asillas. Su hombro y antebrazo derechos lucen un conjunto de estrellas y motivos florales tatuados. Muchos no están terminados, sólo perfilados, como a medio hacer, no sé si por falta de dinero o de tiempo. Sólo la miro brevemente, no quiero que piense… Vuelvo a mirarla (creo que es lo único que me interesa de este paisaje inquieto y hosco). Lleva pantalones cortos y cruza sus piernas, destacan sus pies con sandalias romanas negras, a la moda, luciendo uñas con un impecable lacado rojo. El contraste de colores y el conjunto es armónico. Creo que se incomoda y se levanta para dar una vuelta a ver si pasa el tiempo más rápido. Veo ahora su espalda y por debajo de los hombros siguen los tatuajes. A la izquierda, y en negro, una especie de hoguera con pies hacia los puntos cardinales. No sé qué puede significar. Hacia el cuello progresa toda una retahíla de pequeños signos de grafías exóticas. Todo un libro abierto, aunque cabalístico. Dejo de mirarla y veo otra vez mi reloj y calculo: número de clientes y tiempo transcurrido. No me salen las cuentas. Bueno, siempre hay una probabilidad de que algunos se hayan cansado y no se vayan a presentar cuando les toque, pero aún así… Todavía hay que preparar el pescado y su guarnición, meterlo todo al horno… No no, esto no me sale a tiempo. De pronto, la chica de los tatuajes pasa de largo hacia una de las ventanillas y yo me levanto para marcharme de allí. No me dio tiempo de mirarle a los ojos, qué torpeza, me hubiera gustado saber qué signos llevaban sus pupilas… de camino a la ventanilla número tres.
jueves, 6 de mayo de 2010
Mirando coches
En mis idas y venidas por el barrio siempre encuentras personajes que están en otra onda, funcionando en clave particular y distinta. Uno de ellos me inspira un pequeño relato, pura ficción, pero con un sustrato de realidad. Como siempre en literatura y como en todo este blog, y, si me apuran, como en todos los blogs del mundo ¡Y que no me pregunten de porcentajes! esto es otra cosa. Lo que cuenta, como siempre, es el resultado. Allá va:
Miro los coches que pasan. Sí, me planto en el borde de la acera y espero a que las horas y los días pasen. No soporto quedarme encerrado en mi casa, las paredes se me vienen encima. Definitivamente prefiero estar ahí, viendo pasar los vehículos en su incesante discurrir por la rotonda de Las Moraditas. Ya han pasado aquellos días en que los mocos y las babas me bajaban por el rostro y colgaban en hilachas desde el mentón. Comprendo que a la gente no le gustara mi aspecto, pero es que necesitaba salir como fuera, coger aire y sol. Tenía un tratamiento bien fuerte esa vez, me aturdía hasta el punto de ir por el mundo como un zombi, con el automático puesto. Fue entonces cuando descubrí que mi lugar ahora era ese, justo delante de la cafetería Canarias. Siempre acababa ahí, no importa los recorridos que diera. Me fío de mi automático, de la intuición pura. Desconozco la razón por la que me guió hasta aquí, pero ahora entiendo que éste es mi lugar. Nadie lo comprende, me ven ahí horas y horas, sin hacer nada, pero mi cabeza bulle como un caldero hirviendo. Muchas veces el semáforo se pone en rojo y la gente se para justo a mi altura. Veo sus miradas esquivas, su incomodo. No quieren verme, no quieren darse por enterados que estoy ahí, delante de sus narices. Alguno se atreve a mirarme, incluso, un par de veces me han mirado justo de frente, con miradas retadoras. Yo no puedo dejar de mirar, de pie, justo al borde de la acera. Y pienso en mi vida anterior, en los detalles que se me escaparon, en lo que significaron para haber tomado otro rumbo. Nunca me gustó mi vida, no sé por qué, pero no se ponía de acuerdo con lo que sentía, con lo que podía hacer. Siempre arrastrado por las aguas hasta orillas a las que no quería llegar, siempre mirando la orilla contraria con deseo y ansia. Es curioso, estas mismas elucubraciones son las que me han llevado a la situación actual y nunca me dejaron disfrutar de las cosas tal cual se iban dando. Siempre insatisfecho, pero la gente me saludaba y creían ver en mí a una persona importante. Ahora que por fin hago lo que quiero y me siento bien, tranquilo, la gente me rechaza, me ignora, me deplora. No hago mal a nadie, pero las pongo en un compromiso, las intimido, y no puedo cambiarlo. Ahora la desconexión entre yo y mi cuerpo es de tal calibre que ya no consigo hacerme ver, hacerme entender. Casi soy feliz por dentro, pero mi triste figura es opaca y sólo ven al pobre esquizofrénico y tarado de por vida.
Miro los coches que pasan. Sí, me planto en el borde de la acera y espero a que las horas y los días pasen. No soporto quedarme encerrado en mi casa, las paredes se me vienen encima. Definitivamente prefiero estar ahí, viendo pasar los vehículos en su incesante discurrir por la rotonda de Las Moraditas. Ya han pasado aquellos días en que los mocos y las babas me bajaban por el rostro y colgaban en hilachas desde el mentón. Comprendo que a la gente no le gustara mi aspecto, pero es que necesitaba salir como fuera, coger aire y sol. Tenía un tratamiento bien fuerte esa vez, me aturdía hasta el punto de ir por el mundo como un zombi, con el automático puesto. Fue entonces cuando descubrí que mi lugar ahora era ese, justo delante de la cafetería Canarias. Siempre acababa ahí, no importa los recorridos que diera. Me fío de mi automático, de la intuición pura. Desconozco la razón por la que me guió hasta aquí, pero ahora entiendo que éste es mi lugar. Nadie lo comprende, me ven ahí horas y horas, sin hacer nada, pero mi cabeza bulle como un caldero hirviendo. Muchas veces el semáforo se pone en rojo y la gente se para justo a mi altura. Veo sus miradas esquivas, su incomodo. No quieren verme, no quieren darse por enterados que estoy ahí, delante de sus narices. Alguno se atreve a mirarme, incluso, un par de veces me han mirado justo de frente, con miradas retadoras. Yo no puedo dejar de mirar, de pie, justo al borde de la acera. Y pienso en mi vida anterior, en los detalles que se me escaparon, en lo que significaron para haber tomado otro rumbo. Nunca me gustó mi vida, no sé por qué, pero no se ponía de acuerdo con lo que sentía, con lo que podía hacer. Siempre arrastrado por las aguas hasta orillas a las que no quería llegar, siempre mirando la orilla contraria con deseo y ansia. Es curioso, estas mismas elucubraciones son las que me han llevado a la situación actual y nunca me dejaron disfrutar de las cosas tal cual se iban dando. Siempre insatisfecho, pero la gente me saludaba y creían ver en mí a una persona importante. Ahora que por fin hago lo que quiero y me siento bien, tranquilo, la gente me rechaza, me ignora, me deplora. No hago mal a nadie, pero las pongo en un compromiso, las intimido, y no puedo cambiarlo. Ahora la desconexión entre yo y mi cuerpo es de tal calibre que ya no consigo hacerme ver, hacerme entender. Casi soy feliz por dentro, pero mi triste figura es opaca y sólo ven al pobre esquizofrénico y tarado de por vida.
Correo
Un día me dijiste que no conocías este relato de Lunula. Como has cambiado de correo, ahora ya sé que te lo puedo enviar, pues pesa mucho. Pero tranqui, no tendrás problemas con la memoria de este servidor. No sabes la jaula que te han quitado los mozambiqueños esos, lo digo por los años que llevo en esta casa y comparo. De todas formas, te lo envio de varias veces, casi como una novelita por entregas. Sé que eres un buen degustador de las cosas de J. y aquí hay muchas claves para saborear. Que lo disfrutes. Saludos
...Al cabo de varios envíos me lo pienso... Bueno, si no te gusta, no te envío el final. No tengas compromiso. Ya nos vemos
...Al cabo de varios envíos me lo pienso... Bueno, si no te gusta, no te envío el final. No tengas compromiso. Ya nos vemos
miércoles, 5 de mayo de 2010
De regreso
Hay que ver cómo anda de revuelto este patio. Basta que falles unos días para que te crezcan los enanos, perdón, para que se te reviren los gatos. En fin, nada como para que llegue la sangre al río, pero... El Mercadona de La Cuesta (espero que me paguen la publicidad) es como el mercado del pueblo de toda la vida. La gente no sólo va a comprar sino que gusta del encuentro y del placer de la oralidad, es casi un anacronismo de estos tiempos tan modernos, llenos de prisas, asepsias y silencios. El mérito, creo, se lo debemos al contexto urbano, de autoconstrucción en gran parte. Hoy, mientras esperábamos para entrar (nunca abren antes de las 9,15), un señor habla de la crisis y de los políticos. «¿Para qué meten a los griegos en la Comunidad si siempre están entrampados? ¿Ahora quién va a pagar todo eso? Nosotros, todos nosotros. Aquí nos han llegado muchos millones, sí, pero no estamos como ellos. ¿Qué han hecho ellos con el dinero que recibieron también? ¿Y ahora quieren más?». Mientras yo me quedaba a la expectativa, la señora contigua parecía estar totalmente de acuerdo, aunque añadiendo «¡Pero D. Paulino y los suyos no dejan de seguir chupando!». A lo que contesta el primero «¡Los políticos no sirven un carajo! No señor, no están preparados, no saben lo que se tiene que hacer. Si no, ¿por qué es que tienen tantos asesores? ¿Para qué necesitan pagar a 20 o 30 asesores cada uno y que estén siempre diciéndoles lo que tienen que decir, lo que tienen que hacer… ¡Si no saben, no se metan ahí! Para eso, que pongan a uno de esos asesores en el gobierno y nos ahorramos la millonada que cuesta mantener al resto. No hablan de ahorrar, pues que empiecen por ahí». Naturalmente, ante esa contundencia en la argumentación, tuve que asentir yo también. No hubo tiempo para contrarréplicas del resto de la audiencia, llegó el operario del establecimiento y nos dijo que ya podíamos pasar. Lástima, habrá que llegar un poco más temprano la próxima vez.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)